NEURÓNIKA

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¿Cómo escapar de la corriente continua de los Pixies? Los Pixies son crueles y elegantes. Emiliante dice que eso es puro pop con daño y Remo asiente.

jeudi 19 décembre 2013

Sobre la lucidez del insomne. Insomnio de Antonio Rodríguez / Andrés García Cerdán

Una mañana del verano de 1888, Vincent van Gogh le escribió a su hermano Théo solo para decirle que el mar de Provenza “no se sabe nunca si es verde o violeta, ni se sabe nunca si es azul, porque al segundo siguiente el reflejo cambiante ha tomado un tinte rosa o gris.” Aquella sucesión inédita de colores era música viva flotando en la superficie viva de las aguas. A la captura de ese rastro verdadero del mundo –que le pertenece por derecho propio– se ha de entregar Van Gogh, con toda su convicción secreta. Su irrupción impulsiva en la naturaleza, su entrega instantánea, profunda a la existencia humana, ese mismo deseo de atrapar en su devenir lo vivido, lo soñado y lo sufrido se reconocen en la escritura de Insomnio del poeta Antonio Rodríguez Jiménez. Al hilo de la vigilia, el poeta enarbola una lucidez especial y desde ella se aplica al lienzo desvencijado y elocuente del poema, aportando una voz que se multiplica y se estira en todas direcciones. En su labor hay una mirada poliédrica que apunta a su interior y al tiempo en que vive. El insomne es testigo de la plenitud del deseo y el sufrimiento humanos. En la pugna entre el decir y el ser, el poeta se debate en una sucesión de microvisiones entrelazadas y, en su enumeración fulgurante, trenza con hilo sereno los añicos del espejo roto. La vida es el gran tema de este poemario. Insomnio se ocupa de la condición humana en todos sus atributos y sus reflejos. Así, este es un libro de hoy, que se aferra a la realidad contemporánea y la desmigaja en sus injusticias y sus hermosuras, y es también un libro de siempre, porque se descubre tras cada verso un regreso a las grandes preocupaciones del humanismo. Horacio y Cioran se alimentan de idénticos venenos e idénticos néctares. El poema es epifanía del desencanto y del placer. Es su propósito humanizar la poesía y la realidad y huir del deplorable espectáculo mediático que convierte la vida en un sainete horripilante e indigno, un trendic topic en rebajas perpetuas, aireando nuestra más íntima inhumanidad. Para ello, Antonio Rodríguez concilia en este libro la sobriedad estética esencial y el torrente sanguíneo de la emoción. La poética del caos se sirve en orden. El discurso inconcluso aporta una reflexión con sus argumentos. El dejarse ir místico de Insomnio es regreso a sus dos libros anteriores, El camino de vuelta y Las hojas imprevistas, y superación de su personal clasicismo. Rodríguez desciende desde su voz joven, severa, a los dominios del riesgo estético y la inquisición social, metafísica, poética. Como en los grandes romanos, ética y estética se corresponden en un largo canto construido con un gran aplomo, elegante, provocador e intensísimo. El triunfo de estas palabras es, sin duda, su exigencia moral y su asalto a los límites del lenguaje. Con ello, Antonio Rodríguez se aleja de las convenciones, las estrecheces y las indigencias de una poesía que adolece de verdad, para gritarnos a la cara su verdad. Espectador de un mundo deshecho e insultante en su mediocridad, Antonio Rodríguez alcanza con seriedad y sentido crítico nuestra penuria sentimental e intenta salvarnos de la ridiculez, de la moral de esclavos, de la ignorancia, de la miseria. Contra los maquillajes del dolor y la ignominia, contra las máscaras del poder y sus sucias alimañas, contra toda fealdad y toda pobreza, contra la vacuidad de la palabra poética vacía, Antonio Rodríguez es poeta: solo eso. En Insomnio procura atrapar cada uno de los órdenes y los desórdenes del mundo, que no dejará de moverse en la noche inmóvil. Su palabra resuena limpia y contundente por los altos pasillos de la madrugada ante el folio en blanco. Amy Winehouse y Marco Aurelio entonan su mismo viejo blues en estos versos. Como habría querido Casanova, el lenguaje y la vida –con todos sus contrastes, con sus grises, con sus violetas– le pertenecen. Él sabe muy bien cómo tratarlos. Fuenteálamo, 27 de septiembre de 2013

El insomnio y los desvelos de Fractal 3.0/ Andrés García Cerdán, Rubén Martín Díaz, Lucía Plaza, Matías M. Clermente y David Sarrión

“No sé bien adónde voy,/pero voy a tratar de llegar.” Sean estas palabras de Heroin de Lou Reed un homenaje al juglar americano recientemente fallecido y un adagio vital para quienes integramos el grupo Fractal Poesía y para quienes nos acompañan año tras año: Chema G. Arake, Hernán Talavera, Javier Temprado, Luis Morales, Tino Molina, Pedro Gascón, Alejandra Vanesa, Luis Lozano Garay, Mercedes Díaz, Anselmo Gómez, Ramón Torres y Ana, Borja Martínez, las chicas de Lalata, Toñi Arenas, Pablo Alfaro, Flora y Enma, Cristina Morano y Héctor castilla, Emilio Fernández, Carmina Ramírez, Sergio Delicado, Santi Flores, Félix J. Velando, Maurice Chandler, Lalo Davia, y un larguísimo larguísimo etcétera.

Largo es el camino también, anguloso, incómodo: lo recorremos otro año en la soledad total del eremita, desde el olvido y el desprecio casi total de las instituciones y los agentes culturales de la ciudad (salvo honrosas excepciones). A veces parece que hemos elegido como representantes de nuestra cultura a quienes más la odian y más la desconocen. Pero los poetas andamos nuestro camino, en nombre de todos, y entre el abandono de las instituciones y el desconocimiento de la gente, enarbolamos la bandera de Fractal Poesía, en un momento muy triste (es incierto el futuro del ciclo Poetas en Otoño; se cumplen 50 años de la muerte de Luis Cernuda), en días de embrutecimiento global. Por ello, la llegada de esta edición ha de ser exultante, luminosa.

El Festival Fractal Poesía 3.0, desde el 29 de octubre al 30 de noviembre, agita de nuevo la coctelera de la poesía española contemporánea y sirve, en largas copas de humanismo, una nueva edición de esta Celebración de la Palabra y las Artes. Se triplica su apuesta inicial: llevar la poesía a las calles, transportar jóvenes y experimentales propuestas artísticas a la sensibilidad colectiva, alzar la voz para defender la inteligencia y el conocimiento, restaurar los atributos originales de esta especie, la nuestra, que en ocasiones hace de la belleza su refugio y que, casi siempre, descubre en la destrucción, la violencia y la injusticia su juego favorito.

Fractal es un club revolucionario: casi sin dinero, al margen de las políticas culturales de esta ciudad vertedero cultural, devolvemos a la gente lo que la mediocridad de la vida cotidiana les roba. El mensaje social del Festival Fractal 3.0 es claro: la poesía abre fronteras en la sensibilidad y en la conciencia; la poesía es un arma crítica, la imaginación es el único argumento contra la mediocridad y la insignificancia del poder, la cultura política y la política cultural son solo eso, penosamente: políticas infecundas.

Con un presupuesto prácticamente inexistente (600 euros del Ayuntamiento), pero con la colaboración y la complicidad de quienes creen en esto, Fractal Poesía nos trae este año dos grandes exposiciones de Pintura y poesía y Fotografía y poesía a La Asunción; la III Muestra de Videopoesía, proyectada en el marco de Abycine y Zinexín; y libros de artista, teatro y poesía para niños, objetos poéticos, micrófonos abiertos, escultura, música en directo, lecturas, presentaciones de libros, recitales en múltiples escenarios de la ciudad: Escuela de Arte, Café Literario Indiano, Víktor Gastro-Café, Shangri-Lá Club, Época Café, Instituto de la Juventud, Cine Capitol, etc.

Y un libro: Insomnio, del poeta albaceteño Antonio Rodríguez Jiménez, quien, entre casi cien poemarios, se alzó con el I Premio Internacional Festival Fractal de Poesía. Un gran jurado, compuesto por David Leo, Mercedes Díaz, Rubén Martín Díaz, Alejandra Vanessa y Constantino Molina, creyó en su modernidad y en su hermosa lectura crítica del mundo en que vivimos. Brilla con luz propia Antonio Rodríguez en Insomnio, desde un clasicismo muy personal, anclado con un sentido crítico implacable a la realidad contemporánea de la hipocresía política, la impostura estética y el desprecio de la verdad que arte y conocimiento encierran. Después de largos años de silencio para la poesía, la Editora de la Diputación imprime de nuevo.

Para el fin de semana Fractal 3.0 ha invitado a poetas de lujo como José Daniel L. Espejo, Alberto Chessa, Natxo Vidal, Francisca Gata, Mercedes Díaz Villarías (que también expone en la Escuela de Arte sus pinturas), Ana Martínez Castillo y Jaufré Rudel, quienes prometen darle voz a todo lo que saben y todo lo que tienen que decir. El propio Antonio Rodríguez, junto al artista Sergio Delicado, participa en la exposición de libro de autor de El camino de vuelta. El joven talento de Javier Temprado redondeará las jornadas con la honestidad y la metáfora viva de su poesía.

Han vuelto los poetas. Siempre vuelven. No es que no duerman: es que no están dormidos. www.fractalpoesia.com



mercredi 11 décembre 2013

La levedad del hierro: Luis Lozano Garay / Andrés García Cerdán





Luis Lozano Garay mira cara a cara a los materiales con que arbola sus esculturas. Lozano Garay llama hierro al hierro, papel al papel y barro al barro: los convierte de esta forma en una prolongación natural de su estar en el mundo. El escultor está para ser hierro y papel y madera y barro.
Esa prolongación natural que ocurre entre artista y obra es, en palabras de Borges, la prolongación más hermosa. El artista hace de sus trabajos escultóricos una proyección de su fuerza, su carácter, su espacio, su luz. Lo he visto coger el cepillo de púas de acero y entregarse a la rugosidad y el óxido del hierro con la devoción con que se entrega al resplandor de lo divino el místico. Pero sin languidecer, sin levitar: con una devoción de minero que taladra en un túnel oscuro. Se entusiasma si extrae una micra de fulgor de la superficie áspera, fría, dura de esa dureza. No parece querer resucitar nada, no hay sentimentalismos, no hay prosodia espiritual más allá del hallazgo de la línea donde cincel, escoplo y soldador se pueden detener. En el principio era la acción, como quiso Sigmund Freud en Tótem y Tabú.
Más bien lo que hace Lozano Garay es tramar sus esculturas como el escalador trama en secreto el asalto a una pared de roca inexpugnable. Lo hace sin complejos. Lo hace sin grandes alharacas teóricas. No obliga a la obra a ser lo que no es: en esto es un grande. Se limita a hacer de la materia una extensión esencial de sus manos, de su agilidad, de su imaginación. En el proceso desnuda los materiales, los quema, los retuerce, los une, los convierte. Lozano Garay convierte la piedra en altura y profundidad, el hierro en verticalidad y apostura, el barro en sustento y deseo.
En él y en su trabajo tiene sentido el verbo heñir. Fingir, forjar, tallar, modelar, esculpir, moldear, transportar: el transporte del alma y los sentidos baudeleriano. Lozano Garay rompe los moldes: en realidad, no hay un tejido inicial, una herida primera, una preconcepción. La corriente de este río arrastra las formas. Sin complejos, invita a la materia a retorcerse, trasladarse, recomponerse en un plano que hace de la física, la química y la mecánica un monumento a la verticalidad, al equilibrio, al ímpetu, a la proporción. La fuerza es el contenido de su escultura. El esfuerzo y el arrebato son el recorrido espiritual, intelectual de su obra. En el barniz y en el lijado están las proporciones de una sensación inequívoca: el triunfo sobre la nada, el logro de la ficción. Las manos retuercen el espacio invisible y alzan un templo de tejidos ciertos, un cuerpo humano de masa de papel, una construcción sólida de espacios vitales que se sostienen por su propio carácter y su propia determinación.
En el retiro de una nave del extrarradio, en el sosiego de un transistor que apenas tiene señal y que se adivina bajo un montón de embalajes y esquirlas de otros tiempos, Luis Lozano Garay ha ido fraguando su aventura de hierros y bronces y papeles y maderas. Atávico en su vocación, instintivo, cruel y piadoso con la tierra y con los minerales, el escultor enseña a los elementos a respirar más allá del espacio robusto de sus brazos, con una inquietud artesanal que es capaz de encontrar en el vacío una silueta, en el desconcierto un equilibrio. Una vez visitas sus esculturas, lo que no se sostenía se sostiene y lo que era endeble se convierte, por arte de magia, en una estructura que soporta una intimidad universal. Una vez oído el largo rumor con que se anuncian al visitante, sus esculturas escapan para siempre de los brazos del escultor y vuelan, bailan, nadan, se zambullen, se estiran, se estremecen.
Hay vanguardia en su trabajo, por supuesto. Lozano Garay hace del estremecimiento el origen y el final de su discurso artístico. Lozano Garay no se rinde a las complacencias del público, huye del aplauso lánguido, se resiste a la genuflexión. Está hablando de otra cosa: se limita a provocar un espasmo eléctrico en la sensibilidad del espectador que de repente sabe que algo sucede en el espacio carnal de esa muchacha que se yergue, se dobla hacia atrás y cierra los ojos inexistentes. La suya es una escultura raigal, de esencias rupestres. Atesora de esta forma la vanguardia original e iniciática del primitivo: intuición, sobrenaturalismo, trascendencia, elementalidad.
El año pasado sorprendió para la exposición colectiva Fractal 2.0 (otoño 2013) con una serie de esculturas que querían ser el movimiento. Pero ese denso movimiento de las aguas del fondo de los océanos, ese lento crepitar de las raíces de los árboles en su viaje a las alturas. Detenidas en el aire, las figuras inmóviles sobre la peana eran apenas una mirada a cámara superlenta de la vida secreta del metal. Una respiración lentísima situaba a los objetos en ese punto inexacto entre la vida y la muerte, la existencia y la inexistencia.
Este año, Luis ha sido el encargado de dar forma al Insomnio de Antonio Rodríguez Jiménez y a las ambiciones de los poetas y los artistas que organizan y protagonizan Fractal 3.0. La poesía tiene en su escultura un rostro verdadero, un cuerpo de verdad. David se presenta de nuevo ante Goliat sin más armas que su lenguaje. Alberto Giacometti ha vuelto. El escultor Lozano Garay detiene al hombre de la estatua en esa transición entre el bien y el mal, entre la levedad y el peso, entre la quietud y la corriente. Ahora ese hombre está vivo y nos mira cara a cara, sin temor, habitante de su propio tiempo.