NEURÓNIKA

NEURÓNIKA
¿Cómo escapar de la corriente continua de los Pixies? Los Pixies son crueles y elegantes. Emiliante dice que eso es puro pop con daño y Remo asiente.

mercredi 22 août 2007

Micronación Alfaro



Hay un arte total que habita el reino de lo que está del otro lado, más allá del mundo, más allá de nosotros. Es un arte que juega en el límite, un arte incesante. Como en la película Basquiat de Julian Schnabel, el arte es la oreja de Vincent van Gogh arrojada a los girasoles; es, finalmente, un disparo en el pecho. A ese estadio lo llamaremos naturalidad. Cuando la naturaleza y la vida colisionan, se suplantan, se superponen, se provoca un estallido en el que lo esencial navega a lomos de lo existencial, la realidad aparece en el filo de una sobrerrealidad que amanece hacia el sol de lo auténtico. Ideas, palabras, sentidos en torbellino, en equilibrio, hacia las fronteras en que se inaugura el mundo nuevo.
Para los místicos siempre fue fácil ese adentramiento en lo otro. Para ellos, el secreto se perpetúa en la purificación extremada de lo humano, en el olvido de uno mismo que es epifanía del otro que somos, desde la quietud, desde la negación, desde la detonación, desde las entrañas. El Libro de las luces de Ibn Arabí, la Guía espiritual de Miguel de Molinos, los Cantos de Maldoror de Isidore Ducasse, el heroísmo bizarro de Alfonso Grosso y Dylan Thomas, el color mortal de la pintura de Georgia O’Keefey, la lágrima de Pe Cas Cor, contemplan el mundo desde la altura visionaria de lo excesivamente interior, vía de creación por que fluyen la luz, el secreto, el dolor, la magia. El artista secreto. La sangre que los une es la sangre sacrificial de quien ha hecho de su cuerpo el primer surco del día, de quien ha vivido desde su propia sangre.
En la música de Fernando Alfaro –Surfin’ Bichos, Chucho, F. A. y Los Alienistas- hay mucha literatura, quizá más que en cualquier otro grupo o compositor ibérico. La contundencia, la densidad, el lirismo, el desgarro de sus canciones sólo son comparables con algunas canciones de Los Enemigos, Los Planetas, Corcobado o Nacho Vegas. El vitalismo agónico luminoso de Fernando Alfaro nace, nietzscheanamente, en la sangre. Tal vez sea una herida fantástica la fuente de la que brota toda esa fuerza. En la micronación F. A. fotografiar el cielo es mirar en los ojos del otro y ver a ese otro que somos nosotros mismos en espiral innúmera hacia el fondo del hombre. Como en César Vallejo y en Blas de Otero, gritar a los cuatro vientos con la emoción no contenida de un buen predicador nos ofrece un discurso absolutamente moderno, posmoderno, dionisiaco, apolíneo y apocalíptico. Es apolínea la límpida fluencia de las guitarras en medio del detritus, la sordidez, el caos y la confusión de lo hiperreal. La música acordada. Una canción es una habitación propia de cuyas paredes cuelgan posters de piel. Una vez se resucita en estas canciones, uno se siente tejido de felicidad, engarzado de esa armonía amarilla que desgarra con dulzura y provoca un sufrimiento extático, corrientes de emoción que tejen puentes sobre la nada. En ese fluido amniótico flotamos sin obedecer a ninguna ley. Ni gravedad ni levedad, ni física cuántica, ni química espectral de los sentidos. Sólo sangre.
Frente a lo masivo, lo industrial, lo utilitario, lo común y lo mediático, todo este descomunal latido de música y palabras, pálpito que reinventa una vida masacrada de vulgaridad. La vida salvaje y el amor irreductible, sin globalización. ¿Quién globaliza a los ángeles?
El milagro de Fernando Alfaro y Los Alienistas, en Carnevisión, es decir una vez más, con más incendio que nunca, con tanta sed como siempre y con tanta hambre, a qué llamamos sangre. Como en Rainer María Rilke y John Keats, la voluntad de decir se construye a sí misma al tiempo que construye y desvela la realidad. No sólo el atrevimiento, la osadía, la audacia. También la palabra justa, demencialmente de verdad, y en verdad palabra. Y la sangre.

*

Abandonada en aguas internacionales del mar del Norte, habitada por miles de internautas, Sealand es el paradigma de micronación. El novelista indie Agustín Fernández Mayo, autor de Nocilla dreams, lo sabe. Más cerca, más dentro, entre la pulsión underground y la verdad límpida de la mística, la micronación Alfaro hierve. Su color es el color de la sangre. Sueños, chuchos, desiertos, cámaras de gas, haches y alienígenas. Guus van Sant, Sam Shepard y El Bosco están de su parte.

mercredi 16 mai 2007

Herida





DELIRIO BAR
Para Manolín.



Qué es el centro, se preguntó sin decir nada, en un silencio que daba miedo irreal, que fulgía con el horror de la muerte no solicitada, del desencuentro del óvalo hermético. Echado en la cama, Rober no se respondió. La lluvia deshilachada hurgando la perfección del cristal y el horizonte amarillo de la sed, en contraste brutal, respondieron por él. Se sumió en la almohada y empezó a contar: uno, tres, diecisiete, doscientos elevado al cubo, tú. Los ojos cerrados y las manos dejadas sobre el costado, las costillas apenas cubiertas por la sábana blanca y allá, en las antípodas, sus pies y sus uñas pintadas de bronce. El cuerpo largo y su centro inalcanzable, inasido, inviolado, intacto. Debajo de la sábana, como naufragado en un océano de podredumbre, cierto como un tiburón blanco, entre nubes de madrugada blanca podrida, el cuerpo del poeta era el poeta mismo, introvertido en campos de algodón, a solas con el alba. A solas más allá de sí mismo. A solas con su cabeza y sus costillas y sus uñas de bronce. La luz más apagada que nunca. La luz inexistida.

A la mañana las rosas, organizadas, en formación de cristal y diamante, fueron poniendo las cosas en su sitio y un ejército de rayos asistió al nacimiento perpetuo de la ola de vida. Hubo una campana que tañó. Hubo los ojos, las paredes inmaculadas del día sin puertas, la desconocida nube que regresa a su desconocimiento, el canto de un gorrión. Dios no madrugó este día, se estuvo desflorando el asfalto de su espanto un instante más de lo conocido. Tampoco el héroe creyó que su heroísmo tuviese que alzar una verdad o una virtud por encima de toda verdad o toda virtud. Abrió su puerta sin candado el filósofo y se entregó a su física, a su placer indómito, a su página web. Todos los labradores araron, crearon el surco infinito. Todos los borges corrigieron, releyeron a Azorín y después quedaron ciegos, en la penumbra de los nombres, las cosas, las semánticas. Todos. Bajo las columnas del templo, asistidos por el poder del buey y la alondra, la levedad se volatilizó en levedades y los amigos respondieron al círculo. Desde el principio fue el aire. Los enemigos respondieron al cuadrado herido, a su sangre justa. No había centro, no había centro, no había centro. Sólo herida.

lundi 14 mai 2007

Arte literario en la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre de Oliva Sabuco





“Las liebres llevadas a Itaca se mueren.”



I

Imaginemos a una mujer de finales del siglo XVI español. La hija del bachiller Sabuco es entonces una joven, de algo más de 20 años, de buena familia, culta, que lee en la Naturalis Historia de Plinio el Viejo y escribe de buena mañana. Es probable que recuerde esa hermosa traducción del Crátilo platónico que Simón Abril le ha enseñado. Es probable que también tenga en consideración las convicciones del maestro sobre el uso del romance -antes que el latín- para la pedagogía, la didáctica, la ciencia. Por los ventanales de la estancia entra la luz de la primavera alcaraceña o se cuelan los primeros hilos de lluvia del otoño. Al fondo, una senda de diamante recorre la crestas de la sierra. Eso de allá es el sur, el camino del sur. El pueblo está tranquilo estos días y éste es uno de esos momentos en que la delicadeza y la inteligencia son ámbar, luz, espejo. La joven destila gracia sobre unos folios en blanco. Su nombre es Oliva. Acaba de anotar en los márgenes, con letra precisa, una imagen, a propósito de la sensibilidad de algunos animales. Cuenta Plinio, en el libro IX, que un delfín acude cada día a la misma costa, porque ha tomado amistad con un muchacho, con el que tiene conversación, al que pasea en su lomo por el mar, con el que juega. Viendo el delfín que en varios días el muchacho no llega a su cita, se da a gemir, “en semejanza de lloro, hasta tanto, que allí mismo lo hallaron muerto”[1]. Son humanos –se diría- los animales de esta historia, más humanos que algunos hombres. A ella le viene al caso para reforzar una idea que desde hace tiempo le ronda: los afectos del hombre son compartidos con los afectos de los animales. Y anota: “Los hombres tienen las tres partes del ánima: la sensitiva con los animales: la vegetativa con las plantas: la intelectiva con los ángeles”. La intelectiva convierte al hombre en una especie de ser semidivino. Tal es la fe de la humanista: la razón, el entendimiento y la voluntad han de llevar al hombre a los confines del mundo, al centro simbólico del universo. La Edad Moderna ha nacido. El cerebro, aleph, aporía, magia, es la raíz de ese árbol invertido, al revés, que es el hombre, microcosmos, puente hacia la luz. A mitad de camino entre el árbol de la vida y el árbol de la ciencia, se alza el árbol humano. Sobre esa verdad coloca Oliva la piedra maravillosa de la idea antigua, en ella aposenta una verdad nueva, hija de la ciencia, la imaginación, la sensibilidad y la filosofía. Finalmente, lo hace porque quiere que su doctrina valga frente a la muerte y el desorden. Para la felicidad.
Entusiasmada por la límpida fantasía entreverada de mito de las historias naturales de Plinio y Claudio Eliano, la joven se adentra en la naturaleza, y bucea en la naturaleza del hombre, a la busca de la felicidad, ascendiendo por la escala de la virtud y el saber, filtrándose hasta los nervios, el corazón, las rodillas, el estómago, el cosmos. Es posible que se deje llevar por la imaginería fantástica de las historias antiguas, por la zoología narrativa de las leyendas, por la maravilla de las metamorfosis de Ovidio, por esa indeleble huella luminosa que la cultura ha ido dejando en la memoria de los hombres. En ningún momento, sin embargo, se olvida del sentido común y de la sabiduría del pueblo.


II

Como un milagro en la España de Felipe II, en los tiempos del Segundo Renacimiento o Renacimiento cristiano, esta docta puella ha recibido una educación de élite, que incluye amplios conocimientos científicos y filológicos. Como María Milagros Rivera afirma en la Querella de las mujeres[2], durante el Humanismo y el Renacimiento el proyecto de igualdad entre sexos se refirió, más que a una igualdad legal, a una igualdad de acceso al conocimiento. Como Sor Juana Inés de la Cruz, viene Oliva Sabuco a engrosar la lista de mujeres que encuentran en el estudio y el conocimiento su libertad. Son humanistas, escritoras, historiadoras, académicas, beguinas y beatas, alumbradas o místicas: Luisa Sigea de Velasco, Juana de Contreras, María García de Toledo, Leonor López de Córdoba o Teresa de Cartagena, la veneciana Christine de Pizan, la italiana Laura Cereta, Teresa de Cepeda y Ahumada, Leonor de Aquitania, Isabel de Villena, María de Zayas. Antes, las germanas Herralda de Hohenbourg e Hildegarda de Bingen. Antes, Safo.
La actitud de estas mujeres, que reclamaron para sí el derecho a “una habitación propia”, como quería Virginia Woolf, podría quedar resumida en las palabras de Teresa de Cartagena al frente de La Admiraçión Operum Dey: “Maravíllanse las gentes de lo que en el tratado escribí, y yo me maravillo de lo que en verdad callé.” Teresa de Cartagena había defendido, ante sus detractores, que si Dios concedió el don de la escritura a los hombres, también se lo había concedido a las mujeres. La misma naturalidad había en la escritura femenina, siendo la mujer cualquier cosa menos un ser inferior, como se desprendía de Aristóteles y un sinfín de interpretaciones misóginas.
Como Cervantes, Luisa Oliva ha de vivir a caballo de dos siglos, el XVI y el XVII, en el tránsito entre Renacimiento y Barroco, entre la modernidad y la superchería, entre el liberalismo erasmista y el casticismo retráncano, entre la reforma y la tradición. El siglo en que nace y se desarrolla intelectualmente es aún un siglo de mitos, de supersticiones, de alegorías, de esoterias. Lo medieval tiene un sitio aún en la vida de las gentes y en la cultura. Véase, por ejemplo, la vitalidad de La Celestina a lo largo de todo el siglo XVI. Cuéntese con la obstinada y arbitraria persecución de herejías, heterodoxias, reformismos y vanguardias que practica el Santo Oficio.
Pero en 1587, en Madrid, verá la luz la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, uno de los mejores ejemplos de la prosa didáctica castellana del Renacimiento. Es el año en que Lope de Vega es desterrado de Madrid por publicar unos libelos contra Elena Osorio y su familia. En 1583 Fray Luis de León ha publicado De los nombres de Cristo y La perfecta casada. En 1585, Cervantes da a la imprenta de Juan Gracián la Primera parte de la Galatea; San Juan de la Cruz, con Cántico espiritual y Santa Teresa, con Camino de perfección abundan definitivamente en la mística. En 1588, El Greco entrega El entierro del conde de Orgaz. Santa Teresa culmina Libro de la vida y las Moradas. Son años de literatura febril y entusiasta. Y de amor por la vida, de caminos hacia Dios. En ese contexto español hemos de reconocer la importancia que Lope de Vega concede a Oliva, llamándola la “décima musa”, quizá la musa de la medicina y la psiquiatría.
III
Arquetípica a la hora de entender el Humanismo es la sentencia de Terencio: “Homo sum: nihil humani a me alienum puto.” Soy un hombre: nada de lo humano considero ajeno a mí. Luisa Oliva toma esta divisa como propia. Todo lo humano le concierne. Lo humano es el prisma desde el que se vive la aventura del conocimiento y la existencia: fisiología, psique, vida social, gobierno. Se ha dado en llamar a esta mirada nueva antropocentrismo. ¿Qué puede haber más allá de las razones del “Nosce te ipsum”, cuya modernidad, cuya apolínea majestuosidad presiden el viaje de la Nueva Filosofía? El hombre es un mundo en sí mismo que debe ser conocido. Así lo expresa: “Llamaron los antiguos al hombre Microcosmo (que dice mundo pequeño) por la similitud que tiene con el Macrocosmo (que dice mundo grande, que es este mundo que vemos). […] así en el mundo pequeño hay un príncipe, que es causa de todos los actos afectos, movimiento y acciones que tiene, que es entendimiento, razón, y voluntad, que es el ánima que descendió del cerebro, que mora en la cabeza, miembro divino”.
El viaje interior, el del humanismo sentimental comienza en el cerebro. A este viaje se apunta también la virtud, en su amplitud de bien, inteligencia, felicidad. La sabiduría y lo virtuoso son caras de la misma moneda. “La sapiencia es una ciencia de las cosas divinas, naturales, y conocimiento de las causas de todas las cosas: es una virtud, y ornato en el hombre, la más alta y divina de todas, y que a todas perfecciona. […] Esta hace felices y dichosos en este mundo, y sin ella no hay felicidad.”[3]
“Tempore regis sapientis virtus non coeca fortuna dominatur.” La virtud no puede ser dominada por la ciega fortuna. Hay un deseo expreso de poner orden en las cosas y clarificar el conocimiento. Virtud, moral y verdad constituyen los ejes en los que se sujeta el pensamiento humanista de Oliva Sabuco, la realidad de la vida entre lo científico y lo espiritual. Quizá sea este encuentro entre luz y secreto, entre razón y mística, lo que nutra las palabras del intelectual del Renacimiento y el Humanismo de la segunda parte del siglo XVI.
IV
Qué interesante es que para Oliva Sabuco la eutrapelia sea uno de los elementos que forjan la felicidad, que dan la salud. La buena conversación, la amistad, el intercambio intelectual se consideran valores en sí mismos. Entonces no es en vano que organice sus disquisiciones en forma de coloquio, diálogos, conversación. La forma responde perfectamente al estilo del humanismo ensayístico. Pero es tan particular y tan auténtica que en ella tiene sentido el dicho de “El estilo es el hombre.”
El diálogo, la égloga, el coloquio, la novela pastoril, el teatro hunden sus raíces intencionales en el intercambio de información y permiten una perspectiva poliédrica de un mismo asunto. De origen socrático, el diálogo es la forma renacentista del ensayo. Su naturaleza lo convierte en vehículo ideal para la discusión, la disquisición, la oposición y la complementariedad de ideas, posturas argumentos. Son famosos en nuestra literatura los Diálogos de amor de León Hebreo; El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes; Diálogo de la lengua de Juan de Valdés; Diálogo de las cosas acaecidas en Roma de Alfonso de Valdés; las Églogas garcilasianas; Diálogo de dos mujeres sobre la vida áulica y la vida solitarias de Luisa Sigea, etc. Luisa Oliva insiste en esta fórmula tan propicia a la exposición y tan feraz en sus resultados. En Coloquio de el conocimiento de sí mismo “hablan tres pastores filósofos en vida solitaria, nombrados Antonio, Veronio, Rodonio.”[4] Son tres pastores, que son presentados al más puro estilo de Garcilaso: “ANTONIO: Qué lugar este tan alegre, apacible, y grato, para la dulce conversación de las musas. Asentémonos, y aflojemos las venas del cuidado, pues este alegre ruido del agua, el dulce murmurar de los árboles al viento, el suave olor de estos rosales, y prado, nos convidan a filosofar un rato.”[5] Esta ambientación es un tópico literario de raigambre clásica: el locus amoenus, que ha de propiciar el espacio de intimidad y solaz preciso. Desde Virgilio a Horacio, pasando por Sannazaro o Fray Luis, la naturaleza hermosa ha procurado el escenario perfecto para la reflexión. Este vínculo hombre-naturaleza es perpetuo y adquiere distintas representaciones: al tiempo que se emparenta con otros tópicos: el comptemptus mundi, la aurea mediocritas, la Arcadia, el desprecio de corte y alabanza de aldea, etc. en un clima de idealismo bucólico que invita a la filosofía, el canto, la libertad, el gozo.
A veces, en la Nueva filosofía parece que Oliva entable diálogo consigo misma. Es una forma de introspección que le confiere al texto más verdad y más modernidad. Monólogo interior o fluido de conciencia, o simplemente sinceridad. Sorprendente es la perspectiva femenina que adoptan las palabras de Antonio, lo que podría interpretarse como la voz en primera persona de la autora. En Del afecto de amor y deseo. Avisa que este afecto mata, y hace diversas operaciones leemos: “¿Si yo perdiese esto que tanto amo, sería yo tan apocada y pusilánime, que perdiese la vida también por ello, como las otras mujeres tontas, que no sabían ni conocían estos enemigos del género humano?”[6] Esto, y la multitud de ejemplos, historias y casos de mujeres dan cuenta de la lateralidad femenina de la Nueva Filosofía.
A lo largo de toda la obra es el pastor filósofo Antonio quien lleva la voz cantante, el peso de las argumentaciones, los avisos y consejos al prudente lector. El papel de Rodonio y Veronio es algo más artificial y se limita a la propuesta de nuevos temas o a pequeñas interpelaciones. Eso mismo ocurre en “Coloquio en que se trata la compostura del mundo como está” y en el “Coloquio de las cosas que mejoran las repúblicas”.



V

En su condición de texto expositivo, de contenido didáctico-científico, en su voluntad de divulgación y educación sería pertinente referirse a las dimensiones a que debe atenerse la composición del discurso. Para la retórica clásica un texto debía tener en cuenta la elocutio, la dispositio, la inventio, la memoria, la actio. Oliva Sabuco no sigue sin más un orden establecido. Es más, da la sensación de que el texto vuelve sobre ideas ya expuestas, utilizando a veces los mismos argumentos e insistiendo en determinados ejemplos o avisos. Con todo, la riqueza natural de este cauce filosófico consiguen que la Nueva Filosofía disfrute de las premisasn retóricas clásicas al tiempo que de la diversidad de opciones intelectuales que surgen.
De igual forma, se pueden considerar los argumentos que Sabuco esgrime atendiendo a tres condiciones: el ethos –moral-, el pathos –afectivo- y el logos –racional-dialéctico-. Los argumentos que se atienen al pathos son más frecuentes en la primera parte, dedicada –como sabemos- a los distintos afectos: de misericordia, de servidumbre, de ira, de rencor, de amor, de esperanza de bien. Por otra parte, los afectos morales son más propios de el Coloquio de las cosas que mejoran las repúblicas, disertación ética sobre la que planea el platonismo de San Agustín, Eclesiastés o Salomón: “Hablando de la magnanimidad, que “es una gran virtud en el hombre”, dice: “el magnánimo, cuanto más puede, menos se venga, y perdona liberalmente, que siempre esta virtud tiene consigo a su hermana liberalidad, que es dar, y hacer bien francamente a todos, como el sol para las criaturas, y por esto el magnánimo más se goza, y alegra en dar, que en recibir “.[7] Por fin, argumentos de tipo dialéctico-racional encontramos a lo largo de toda la obra.

En la Epistola ad pisones se cifra la poética que Horacio ha de transmitir a la posteridad, casi canónica. Oliva Sabuco la sigue, la presiente. La naturalidad en la expresión, la variedad de asuntos, casos, ejemplos, ideas (variatio), la finalidad didáctica y el propósito de instruir deleitando (aut docere aut delectare), los argumentos de autoridad, el uso de símiles y metáforas para procurar una mejor recepción… están presentes a lo largo de toda la obra.

Insiste en varias ocasiones Oliva en la novedad, el alcance y el pragmatismo de sus enseñanzas, declarándolo ya desde la “Carta dedicatoria al Rey Nuestro Señor”: “Tan extraño y nuevo es el libro, cuanto es el autor. Trata del conocimiento de sí mismo, y da doctrina para conocerse, y entenderse el hombre a sí mismo, y a su naturaleza, y para saber las causas naturales por qué vive, y por qué muere, o enferma. Tiene muchos y grandes avisos para librarse de la muerte violenta. Mejora el mundo en muchas cosas […]. Este libro faltaba en el mundo, así como otros muchos sobran. Todo este libro faltó a Galeno, a Platón, y a Hipócrates en sus tratados de natura humana, y a Aristóteles cuando trató de anima y de vita, y de morte. Faltó también a los naturales, como Plinio, Eliano, y los demás, cuando trataron de hómine.”[8]
Es, por tanto, consciente de su valor y de las aportaciones y rarezas que entraña. En verdad es un libro original, más aún visto desde la distancia del siglo XXI. En ocasiones da la sensación de que estamos ante un texto en la vía visionaria de William Blake, cercano a la iluminación y la videncia de Arthur Rimbaud, al realismo mágico de Julio Cortázar o al onirismo surrealista de Oscar Domínguez o Jean Cocteau. Tal es la imaginería que desborda el texto, tal su vehemencia expresiva, tales las vetas irracionalistas que lo recorren. En verdad, se puede hablar de logros científicos y filosóficos. Sin duda es un texto de un inaudito valor aetístico. ¿Por qué no hablar de un cientifismo ingenuo, esto es, nacido libre, que no se arrodilla, o de misticismo pagano?
En , dice Oliva: “Esta prudencia nace de la razón, y solamente se halla en el hombre; pero hállanse en los animales algunas astucias, o solercias […], de las cuales tocaremos algunas para alabar al criador. De la mona, dice Plinio, que se ha visto jugar al ajedrez. […] El elefante aprende todo lo que le enseñan, y así lo dice Aristóteles: entiende el lenguaje, que le enseñan de su patria, y obedece a sus maestros en todo lo que mandan. Cuenta Aeliano, De elephantorum historia, y Plinio de uno que escribió, por derecho orden, un verso en latín.”[9]
Es impresionante este otro fragmento de : “En Patagonia tienen dos corazones las perdices. Cerca de Brileto, y Tarne (lugares) y en la isal Cheroneso, tienen dos hígados las liebres, y si las mudan a otra parte pierden el uno. En Beocia el agua del río Melas hace las ovejas negras. El agua del río Cefiso las hace blancas. […] Las liebres llevadas a Itaca se mueren. Las ranas en la isla Serifo son mudas, y llevadas a otra parte cantan.”[10]
Se podría decir que estamos en un momento de pensamiento fantástico, a medio camino entre el mito y el logos. Estas creencias y otras sólo son posibles por la autoridad de que provienen. El catálogo de animales maravillosos incluye a nautilos, dragones, unicornios, catablepas, al lado de leones, delfines que hablan, elefantes que hacen recados, etc. La imaginería y la imaginación desbordantes de Oliva Sabuco nos hacen recordar lo que dice André Breton en el Manifiesto del Surrealismo: “Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.” Todo parece posible. El universo imaginativo y cognoscitivo de Oliva es integral, universal, total. En los relatos y ejemplos con que asegura sus razonamientos e inquisiciones todo es posible. Todo cuadra, además, porque, salvo ocasiones, está maravillosamente escrito.
Si hubiese que establecer alguna similitud, sería con El jardín de las delicias de El Bosco. La galería de animales del Coloquio de la naturaleza del hombre nos permitiría hablar de una verdadera zoología fantástica, en la línea en que mucho después irían Borges, Kafka o Cortázar. ¿Por qué no hablar del cientifismo mágico de Oliva? El entramado de ejemplos y de testimonios que utiliza la autora podrían figurar en ocasiones entre las mejores páginas de la literatura fantástica. No en vano, la fusión de verdad y fantasía, la convivencia de animales reales e imaginarios, la profusión de alegorías místicas y moralizadoras en la tradición del "enxiemplo" se acerca a los bestiarios medievales, a las insólitas crónicas, al realismo mágico hispanoamericano del siglo XX y a experiencias transgresoras de todo tipo ya en la posmodernidad.
Pero no olvidamos que, en todo momento, sus argumentaciones van encaminadas a la demostración o refutación de alguna verdad. Y para ello se vale de la literatura, la filosofía y la ciencia de que se dispone en la época. Aprovecha su experiencia personal e intelectual y se resguarda en las autoridades a quienes critica o de quien se vale para sus fines. Plinio, por ejemplo, es omnipresente en el Coloquia del conocimiento de sí mismo. Se podría decir que la arquitectura esencial de la Nueva Filosofía procede en gran medida de la Naturalis Historia, no sólo por el recurso constante a las enciclopédicas ideas y los atractivos ejemplos del historiador, sino porque algunos de los asuntos de los coloquios ya aparecen en el historiador latino.
El monumento documental que es la obra de Plinio se ocupa en el libro II de la Astronomía, en los libros VII y VIII de Antropología y Psicología humana y de Zoología; en los libros XX-XXIX, de medicina, botánica, hierbas y remedios medicinales. Los coloquios de Oliva Sabuco retoman la mayoría de esos temas: “Coloquio del conocimiento de sí mismo”; “Tratado de la compostura del mundo como está”; “la vera Medicina, y vera Filosofía, oculta a los antiguos”.


VI

Las doctae puellae escribían en latín. Oliva Sabuco lo hace en castellano, con la misma intención con que Pedro Simón Abril prefiere su uso para la divulgación de conocimientos y la enseñanza de las lenguas extranjeras. En esta misma dirección se apuntan De vulgari eloquentia de Dante Alighieri, los Milagros de Gonzalo de Berceo y su román paladino o la inmensa labor de Alfonso X el Sabio. Juan de Valdés propugna hablar un castellano derecho, sin afectaciones, guiado por la naturalidad y la armonía.
La actitud de Sabuco a este respecto es clara: En el , sobre la “Mejoría en las leyes y pleitos”, dice que la confusión y la torpeza judicial tiene su origen en la gran cantidad de legislación heredada, “que pasan de veinte carretadas de libros, y aún no han acabado de escribir: de aquí viene todo el daño de ser tanto, y estar en latín”[11].
Más explicito es el siguiente fragmento: “Qué Babilonia es, que entre quinientos estudiantes en un aula, y seiscientos en otra a oír leyes, y haya cátedras de tanta renta de la gran ciencia de las leyes, pues si estuvieran en romance, y solas las necesarias, no eran menester estudios, ni cátedras, ni gastar sus patrimonios en estudiar leyes tantos estudiantes, que mejor estuvieran en su tierra algunos arando, y hallárase trigo.”[12]
Un poco después, contesta Rodonio: “Por cierto, gran razón es la que decís, y se mejoraría extrañamente el mundo, si solamente las más necesarias se quedaren en romance, y todo lo demás al juicio de buen varón y cristiano.”[13]
Según esto, Oliva muestra su preferencia por expresar en romance, a lo que añade la necesidad del buen juicio y la sensatez. La naturalidad en el uso de la lengua, que había predicado Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, es una constante en su obra. No obstante, hay que recordar que los registros en que Oliva se expresa son variados, complementarios, poliédricos, dada la naturaleza de los contenidos a que se refiere. Es bastante moderna su concepción ensayística, desde la subjetividad sustentada en datos científicos, comentarios y observaciones entre lo empírico y lo místico, entre lo fantástico y lo racional, entre el materialismo razonado y la creencia maravillosa. Es, por tanto, la falta de afectación y la sobriedad uno de los valores literarios de la Nueva Filosofía. A veces vemos a una Oliva tratando de exponer sus ideas con claridad, desde el orden, y, simultáneamente, enfrentándose a las dificultades de comunicación. Suele insistir varias veces en la tesis que defiende, buscando en la insistencia y la repetición de motivos, ideas o argumentos un asidero. El huracán de la doctrina radical en que nos instruye, que desvela, rara vez consigue arrebatarla.
Utiliza para ello un vocabulario de meritoria precisión, en el que caben los cultismos (cremento, decremento, chilo, jugo, fleugma…), las circunlocuciones, las voces patrimoniales o las metáforas.
En su afán, Oliva mezcla distintos tipos de discurso: el didáctico, el argumentativo, el narrativo, el descriptivo, etc. Con frecuencia inserta historias para apoyar sus argumentos, tomadas de los libros de griegos y romanos, de la patrística, de la Biblia o, simplemente, de las historias y casos cercanos. Con frecuencia se detiene en una digresión moral o incorpora sentencias de notable discreción. Del sabio dice que “No hay cosa que le quite esa alñegría, y deleite, porque goza de lo presente, sin miedo de lo futuro, ni pesar de lo pasado, porque conoce los fines de cada cosa, y a donde puede llegar, y sus mudanzas del bien, y del mal”[14]. “ El ánima en el sosiego y quietud se hace sabia.”[15] En otras palabras parece preconizar a ese gran místico de la quietud que es Miguel de Molinos, autor de la Guía espiritual. Sus consejos tienen a veces ecos estoicos: “El consejo que os puedo dar en este caso, es, no amar, ni desear demasiadamente ninguna cosa, y no tener riquezas, y si las tienes, no amarlas, porque de éstas te ha de venir un día u otro daño, porque traen consigo grandes pérdidas, cuidados, congojas y pleitos, para defenderlas, y conservarlas.”[16]
Y todo ello en un tono comedido, pulcramente escrito, sopesando las palabras, como quería Fray Luis.




VII

A lo largo de toda la obra, Oliva hace gala de una cultura humanística amplia, no ya sólo por la amplitud de los conocimientos y aspectos que aborda, sino por el conocimientos de autores del clasicismo grecolatino, del mundo árabe, de la patrística y las escrituras o de la literatura en lengua castellana de los siglos XV y XVI. Recuerda la obra de Platón, Aristóteles, Avicena, Horacio, Plinio, Eliano, Demócrito, Teostrato, Asclepíades, Ovidio, Séneca, San Agustín, San Ambrosio, Boecio, Eclesiastés, Salomón, Fray Luys de Granada, Fray Luis de León, Cristóbal Acosta, Baltasar de Castiglione, Juan de MENA, Hernando del Pulgar, Angelo Policiano o Garcilaso de la Vega.
Hay que añadir que, como escritora, Oliva Sabuco brilla con luz propia a lo largo de toda la obra, y muy especialmente en algunos fragmentos: De la imaginación, Del sueño, De la amistad y conversación, De la lujuria, Del microcosmo y otros. El fragmento que transcribo da buena cuenta de lo que he pretendido decir en este breve acercamiento a su filosofía y su literatura.
“La imaginación es un afecto muy fuerte, y de gran eficacia, es general para todo, es como un molde vacío, que lo que le echan eso imprime. Y así si la imaginación es de afecto que mata, también mata, como si fuera verdad. Y por esto mueren algunos de sueños, soñando cosas que les quitan la vida. […] Es como un espejo, que todas las figuras que vienen, ésas recibe, y muestra: así si la imaginación es de miedo, daña, como verdadero. Vimos a Lucía, que por burla unos mancebos la enviaron a ver un fantasma, hecho por sus manos, y en viéndole se cayó amortecida, y esperándola, que volviese, hasta hoy la esperan. […] Así el hombre, lo que tiene en su imaginación (ora sea en vigilia, ora en sueño) aquello es para él, en tanto, que si se sueñan, o piensan dichosos, y felices, obra en ellos, como si fuera verdad. Y, por tanto, te doy este consejo, juzga el día presente por feliz.”[17]







[1] Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, Editora Nacional. Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados. Madrid, 1981. Pág. 80.
[2] http://polcul.xoc.uam.mx/~polcul/pyc06/25-39.pdf, María Milagros Rivera Garretas, en La querella de las mujeres: una interpretación desde la diferencia sexual.
[3] Op.cit.págs. 194-195
[4] op. Cit. Pág. 75
[5] op. Cit., pág. 77
[6] op.cit., pág. 104
[7] Op.cit., pág. 185
[8] Op. Cit. pág. 62.
[9] op. cit. págs. 190-101
[10] op. Cit., págs. 146-147
[11] op. cit. pág. 281
[12] op. Cit. pág. 280
[13] op. Cit. pág 280
[14] op.cit., pág. 195.
[15] op. cit., pág. 186
[16] op.cit.,pág. 202
[17] op. Ct.ñ, pág. 175.

vendredi 16 février 2007

Una discursividad superior. Juarroz. Martínez Falero. Angel Aguilar

I







Ποίησις. Creación. La idea misma del hombre es poesía. Poesía animal. Hemos reservado para nosotros las pulcras etiquetas de homo sapiens, homo ludens, homo ridens, homo scribens, homo loquens. Sobre todo, ésta última. Hombre que habla, dotado de palabra, de expresión. Que entre todos atributos humanos le concedamos un lugar de privilegio a nuestra capacidad de hablar, y que no veamos con los mismos ojos los demás, muestra la importancia que otorgamos a la palabra, una importancia radical, instintiva, inconsciente, real. La palabra es construcción y posibilidad, es el todo, el inicio de todo, la raíz, el cielo. No existe pensamiento fuera de las palabras (Louis Aragon). La palabra le da sus límites al mundo (Wittgenstein) y nos crea. Para decir a un hombre hacen falta todas las palabras (Roberto Juarroz). Lo que somos es palabra que se vuelve hacia un ser de palabras, metahumanamente, metapoéticamente.

Jacques Lacan llega al límite. "Toda palabra tiene siempre un más allá, sostiene varias funciones, envuelve varios sentidos. Tras lo que dice un discurso está lo que quiere decir, y tras lo que quiere decir está otro querer decir, y esto nunca terminará a menos que lleguemos a sostener que la palabra tiene una función creadora, y que es ella la que hace surgir la cosa misma, que no es más que el concepto." Representa la palabra el orden simbólico, a partir del cual, los otros órdenes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan. Ostenta, por tanto, la palabra una función claramente creadora. Existe lo que podemos decir y, porque podemos decir, existimos. "El verdadero cuerpo, el primer cuerpo, es el lenguaje." Y es entonces el lenguaje el que le da cuerpo a todo.

El instinto ilumina a Juan y le hace comenzar su Evangelio con el archiconocido texto: In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum. Hoc erat in principio apud Deum. Omnia per ipsum facta sunt: et sine ipso factum est nihil, quod factum est : in ipso vita erat, et vita erat lux hominum: et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt.

Hay, además, algo atávico en la idea que el hombre tiene de lo poético. Caótico y divino, pecado original, forma sublime del miedo, la desdicha, la impiedad, la clarividencia, el fulgor, el daño, la dicha, la Palabra es el primer atributo de lo humano, el atributo del que todos los demás penden, desde el que todos los demás son. Y la palabra poética -palabra anterior a la palabra- es el principio. Antes de la palabra hay una Palabra, de la que la palabra es apenas el atuendo material y conceptual. Si la palabra crea el mundo, quién crea a la palabra. Si para pensarnos, para hablar de nosotros, para hablarnos, nos valemos de palabras, ¿qué otra cosa somos sino palabras? Por supuesto, el secreto mejor guardado en Un mundo feliz de Aldous Huxley es la literatura de William Shakespeare, aquello capaz de hacer de un trozo de carne con ojos un hombre, un hombre libre.

Pero antes, es ancestral y genesíaco, inaugurador y primigenio lo que hemos de llamar "poético". Más allá del arte, trascendiendo el ámbito de la lengua y el lenguaje, la poesía ha de ser concebida como una realidad espiritual generatriz, el simulacro que ordena el simulacro del caos.

Estructura latente del mundo, que sólo existe desde ella, tela de araña de la existencia, de la realidad, del cosmos, cercana al juego, al delirio, a la iluminación, a la inconsciencia, a la transgresión, quizá la poesía sea primordialmente expresión. Expresión de una humanidad consciente de su dolor, maravillada por las tormentas, entregada a la seducción de las palabras, arropada al calor de un adjetivo o un nexo. Expresión sin por qué ni para qué, magia, balbuceo de gozo, místico, panteísta, revelador, rebelde, expresión en sí, porque sí, iniciática.

Lo comunicativo es algo secundario y seguramente menos trascendente. La comunicación no es más que la rémora del fondo social en el que utilizamos el lenguaje, dirigido al otro, pragmática de la expresión, que se convierte en uso, intercambio, en reflejo, en ir y venir, en.

Ir a la poesía es desaprender a hablar, regresar al estadio inicial en que se fundó la palabra, a un mundo protoverbal, al mundo en el que el dios de las escrituras ni siquiera sabía hablar. ¿Cuándo empieza dios, el gran significante, el significado total, a hablar? ¿Era dios apenas un grito, el grito que el hombre ha ido puliendo, limando, expresando hacia la palabra?





II



Celebración de Roberto Juarroz




El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo.
-R. J.-

Corresponder, asociar una idea a una palabra es el destino de todos nosotros en la tierra y en el aire, dentro y fuera, al derecho y al revés. Así cambiamos no inútilmente el mundo. Y así cambia el hombre o el hombre no sigue cambiando: que se quede, en el segundo que insufla el infinito a la historia, quieto en su cambio continuo y redondo, pero que celebre intensamente su posibilidad.

Decir esto es olisquear con tristeza en el rastro de José Ángel Valente, que ha muerto. Decirlo es también arrojarse a la sombra de César Vallejo, al surco de Claudio Rodríguez, a la estela en flor de Juan Ramón Jiménez, cuya inteligencia inaugura las calles atestadas de escombros, muertos, guerras y aburrimiento del siglo XX. La señal, el símbolo, el signo (que es proceso múltiple de alusión y representación de la realidad) ocupan el amor y el horror del hombre que se pregunta por su naturaleza y por su lugar, su ser y su estar.
Juarroz:

Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.[1]

La Poesía es celebración del descubrimiento. “Eso”, lo indefinido, lo otro, es el material con que se urden los sueños y las realidades de Roberto Juarroz. “Paradójica celebración, fervor por la vida, entusiasmo en el sentido griego, vibración y hasta canto a veces”[2] es la poesía. Celebrar la plenitud y la invalidez, vibrar en la cuerda escurrida del tiempo, entusiasmarse hasta las heces y las rosas, cantar lo que está fuera de nuestro alcance y lo que está tan dentro de nosotros, que está más allá de nosotros. “La primera exigencia del poeta actual es ir más allá siempre”, celebrar lo que no existe para celebrar lo que existe[3].

La historia de la humanidad se reduzca a unas cuantas metáforas, predicaba Borges desde su púlpito de héroe, bastión y órdago del pensamiento contemporáneo. La metáfora, hilo que enhebra lo que somos y lo que esperamos, viene de la necesidad íntima de expresar lo que apenas se entiende, la verticalidad radical de la vida, la perspectiva imposible con que afrontamos nuestra estancia y nuestro pensamiento en el mundo. Palimpsesto. Belleza. Sócrates sólo sabía que no sabía nada. El pensamiento moderno se escuda en las voluntades de cambio perpetuo y relatividad. Einstein invoca la velocidad de la luz en el vacío, que es constante. El ensayo del cuento del poema que es la vida –esgrime Augusto Monterroso- es un movimiento perpetuo. Paul Célan estira hasta el infinito, perseguido por un grito, el espacio existente entre la baranda de un puente y las aguas del Sena. Lo hace y así se sumerge en el silencio, límite y tránsito hacia lo otro, movimiento hacia el distanciamiento y hacia la distancia entre William Wilson y William Wilson, Borges y Borges, Rimbaud y Rimbaud. “Yo es otro.”

El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme.
Se despierta donde yo me duermo,
me duplica la persuasión de estar ausente,
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,
me copia en las vidrieras que no amo,
me agudiza las cuencas desistidas,
descoloca los signos que nos unen
y visita sin mí las otras versiones de la noche.

Imitando su ejemplo,
ahora empiezo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
de comenzar a conocernos.

La realidad tiene rostro de otro, de más allá. Juarroz la conoce como símbolo o la ama en cuanto símbolo. Decir que esto es una metáfora, indagando entonces en el plano real y en el plano imaginario de esta figura de pensamiento que es la existencia, parece ser la vida del filósofo en la tierra. Y por intensión estética la labor del poeta, quien sin ser meramente portavoz de una verdad mística o agitador social se convierte en argamasa con que se alza el edificio de la historia, su verdad de virtualidad y de eterno retorno eterno. El plano imaginario, tenor, sea –aunque no suficientemente- el revés de las cosas, la excentricidad que da sentido a lo objetivo. Trotsky, en Literatura y revolución, así lo reconoce: “La creación artística es siempre un complicado volver del revés las viejas formas bajo la influencia de nuevos estímulos que se originan fuera del arte.[4]” Porque no hay que olvidar que, como no existe el pensamiento fuera de las palabras, no existe la palabra fuera de la vida. “La línea más bella toma su vida del contexto”, explica T.S. Eliot en Función de la poesía y función de la crítica[5]. El alrededor inscribe determinado hecho estético en el conjunto de condiciones que posibilitan su recepción como tal. No existe la literatura sin lector, ni tiene la poesía más “pura” el más mínimo poder de alusión si se considera a despecho de la representación de la realidad. En estos términos amenaza José Ángel Valente: “Sólo de esa raíz o ley que hace de la realidad centro y destino único del acto creador nace la poesía verdadera.[6]
La dificultad que implica simbolizar la realidad, inteligentizarla, ha sido puesta de manifiesto por creadores y pensadores. “La poesía- explicaba Coleridge- produce mayor placer cuando se la comprende sólo de un modo general e imperfecto.[7]” Es “el placer casi perverso” de construir significados, tantos significados como lecturas. Leer es crear sentido, tal y como imaginan Dámaso Alonso, Umberto Eco o Roland Barthes. El hueco que la ambigüedad ocupa en la literatura contemporánea, como prisma desde el que se enfrentan creación y recepción, halla su corolario en la consideración de la obra como obra abierta. Metáfora de metáforas la literatura y, con ella, la existencia. Contraste, paradoja, metonimia, mentira, alegoría son atalaya desde la que contemplar el crepúsculo de los dioses o las rutas diferentes de un Ulises que desayuna riñones a la plancha. Formas –se diría– de acaparar lo abstracto, de dar forma inteligible a la identidad del hombre en el mundo. “Para escribir a un hombre/ se necesitan todas las palabras”, esgrime verticalmente el poeta argentino. Poesía como comunicación abierta a todas horas. Poesía como principio de conocimiento más profundo del hombre.

Caos, detritus, expresionismo, metafísica.

La sensibilidad actual tiene forma de agitación ontológica, doble sentido común, precariedad sentimental y nulidad, pobreza o grandeza a que vacío, nada, duda invitan impenitentes. El “extrañamiento formal”, sea cual sea la función que se otorgue al poema desde el romanticismo, es aproximación a la realidad de delirio que puede ser la existencia. Unamuno, tomando sus palabras de los labios de Kierkegaard, en Del sentimiento trágico de la vida, escupe: “No hay mayor desesperación que la desesperación de no haber estado nunca desesperados.” La peor intolerancia es la intolerancia de eso que llaman razón, apuesta el bilbaíno en su examen de la “contradicción íntima”[8]. La poetización polifónica y siempre particular de la pasión y la costumbre deriva, arropada por la intangibilidad del mensaje literario y su ubicuidad semántica, en la necesidad de una novedad perennne. Intento de poner orden, como quería Hierro, en el maravilloso desorden de las cosas.



[1] Roberto JUARROZ: Poesía Vertical (Antología). Ed. de Francisco Jesús Cruz Pérez. Colección Visor de Poesía. Madrid, 1991.
[2] Roberto JUARROZ: Poesía y Realidad. Pre-Textos/poéticas. Valencia, 1992. pág. 58.
[3] op. cit. supra. Pág. 5. En “Roberto Juarroz: La emoción del pensamiento”, palabras preliminares de esta edición
[4] op. cit., pág. 175, en T.S. ELIOT: Función de la poesía y función de la crítica. Tusquets Editores.
[5] op. cit. supra. Pág. 186.
[6] José Ángel VALENTE: Las palabras de la tribu. Tusquets Editores. Barcelona, 1994. Pág. 29.[7] op. cit., pág. 178.
[8] Miguel de UNAMUNO: Del sentimiento trágico de la vida. Espasa Calpe. Colección Austral. Madrid, 1994. Pág. 15.





III


El trazo. La poesía de Luis Martínez-Falero




Tiene el poema, como la soledad, sus ritos. A la ceremonia de la celebración de la palabra invita Luis Martínez Falero en su imprescindible Palimpsestos. Llego a este libro con las manos limpias. Imprescindible. Es la suya la voz más lúcida de la poesía del puto páramo. Destila pensamiento y clase. El metapoema, el universo silábico, la correspondencia propia, la sinestesia del origen, el bosque de sonidos y significados y auras y referentes, la desnuda orgía de la inteligencia ponen al lector de este libro entre la palabra y la escritura, al margen del sentimentalismo o la fatuidad, yendo por el costado marginal de la creación. Poesía del logos. Poesía indagando en la verdad, la materia y la textura de sí misma, poniendo sed en el río verbal.


El hilo que traza el vínculo entre poema y poeta es sutil, arácnido, misterioso, inmaculable. El trazo atrapa en su marea y en su luna. Tiene el palimpsesto, como la soledad, su lucha titánica de días y labios sobrepuestos, su aceptación de la esclavitud trascendente que hay en cada verso, en la pretensión infinita e iniciática del decir. “La palabra inicial que separó los mares.” Prometeica es la estela ígnea del gozo poético. Su iluminación y su herida y su inconsistencia vuelan sobre las aguas, en cuya superficie el poeta deja escrito su nombre. Persecución versátil de identidades, memoria, orden, hombre. Y la estela que se ha de desvanecer hasta convertirse en el conocimiento que “construye el vacío”. Otro vacío. Otro fuego. Otro mar.


Verba volant. Su viaje aéreo es un triste trapecio triste. Desde esa altura se cae y se revienta, se crece y se acecha la idea, la idea inacechable. No se le roban las canciones al viento. Y entonces escribir es ser vencido. O ¿a qué victoria se aspira en el instante acuático de la palabra? “En las aguas de un trazo contemplo estas palabras.”

El trazo acuático, sin rumbo, no nos deja reconocer la ola sobre la que se flota, ni el mar entero en el que se le pone dogal al instante. Sólo la espuma, que abre las aguas, sólo la palabra fundacional y esa que ofrece montañas de nada. Montañas de ilusoria certidumbre. “No nombran las palabras, sino su resplandor” o “el silencio” que nos queda, nos envuelve, nos dicta el próximo verso.

José Ángel Valente, Paul Celan, Blaise Cendrars, Borges. El numen, mnemosine, el signo, el silencio, tanto, el verbo próximo.


IV

Toda la felicidad. El libro del agua de Angel J. Aguilar



Perdonad si me emociona la idea, pero después de leer, leyendo aún, El libro del agua creo que cada uno de estos poemas de Angel Aguilar debería llamarse Felicidad.

Gloso una de las citas iniciales, la de Raymond Carver, y lo hago con toda la intención. Porque hay poetas para los que escribir es un acto de amor, una felicidad. Su Poesía no es un estercolero personal sin posibilidad de reciclaje, es una antología de momentos heroicos. Su verso brota de manantial sereno; vuela lejos de las pezuñas de quienes convierten la Poesía en palabrario infecundo, amontonadero de ignorancias lingüísticas mal resueltas. Su Poesía no es un arte servil. Su poesía no se orienta a ninguna fama. Ni circulillos ni circuitos por los que nada fluye, que nada cortan ni pinchan. Y es exquisito el cuidado que le concede al lenguaje y todavía más exquisito el amor con que nos da su vida y eso que importa y que se mueve. Discreción e impulso.

Miraba el lago
y yo era el lago y se cumplía así
mi más secreta y apasionada
aspiración: ser agua.

El verso brota de raíz líquida, de impulso. El cielo es una vena.

UNO: Que la mirada sea feraz, abundante en delirio y en razón. Que el discurso poético sea delirio y que proporcione una razón. Que sea delirio y razón el lector.

DOS: La superficie de las aguas, el cristal, el espejo, son las orillas de las orillas de las orillas. Como en Antonio Aguilar, el poeta siempre escribe sobre las aguas.

TRES: Una buena dosis de secreto, pasión intensa, armonía y reflejo, verdad de la aspiración y movimiento perpetuo del sentido nos navegan. La semiótica de lo oculto, la sintaxis del padecer, el ir sin jamás regreso nutren la columna vertebral de lo poético.

CUATRO: Y lo demás es agua.

Desde el vientre materno de la diosa, sobre la arquitectura húmeda de los días, hacia el deseo vehemente de la transustanciación, hacia el límite que no es límite y hacia el cuerpo que se diluye en cuerpos, la Poesía besa, lame, flota. Lagunas, nubes, charcos, manantiales, lluvia, fuentes, tormentas, ríos... y entre tanta liquidez, tanta evaporación, la búsqueda del tronco del olmo en que “late el pulso del infinito”, aferrados a la solidez de la soledad.

Ay, el criterio de la brisa y los trabajos de la brisa. Con qué aspiración secreta escribe la yedra. Y a qué realidad pertenecen las golondrinas y qué vidrieras han visto.