NEURÓNIKA

NEURÓNIKA
¿Cómo escapar de la corriente continua de los Pixies? Los Pixies son crueles y elegantes. Emiliante dice que eso es puro pop con daño y Remo asiente.

jeudi 19 décembre 2013

Sobre la lucidez del insomne. Insomnio de Antonio Rodríguez / Andrés García Cerdán

Una mañana del verano de 1888, Vincent van Gogh le escribió a su hermano Théo solo para decirle que el mar de Provenza “no se sabe nunca si es verde o violeta, ni se sabe nunca si es azul, porque al segundo siguiente el reflejo cambiante ha tomado un tinte rosa o gris.” Aquella sucesión inédita de colores era música viva flotando en la superficie viva de las aguas. A la captura de ese rastro verdadero del mundo –que le pertenece por derecho propio– se ha de entregar Van Gogh, con toda su convicción secreta. Su irrupción impulsiva en la naturaleza, su entrega instantánea, profunda a la existencia humana, ese mismo deseo de atrapar en su devenir lo vivido, lo soñado y lo sufrido se reconocen en la escritura de Insomnio del poeta Antonio Rodríguez Jiménez. Al hilo de la vigilia, el poeta enarbola una lucidez especial y desde ella se aplica al lienzo desvencijado y elocuente del poema, aportando una voz que se multiplica y se estira en todas direcciones. En su labor hay una mirada poliédrica que apunta a su interior y al tiempo en que vive. El insomne es testigo de la plenitud del deseo y el sufrimiento humanos. En la pugna entre el decir y el ser, el poeta se debate en una sucesión de microvisiones entrelazadas y, en su enumeración fulgurante, trenza con hilo sereno los añicos del espejo roto. La vida es el gran tema de este poemario. Insomnio se ocupa de la condición humana en todos sus atributos y sus reflejos. Así, este es un libro de hoy, que se aferra a la realidad contemporánea y la desmigaja en sus injusticias y sus hermosuras, y es también un libro de siempre, porque se descubre tras cada verso un regreso a las grandes preocupaciones del humanismo. Horacio y Cioran se alimentan de idénticos venenos e idénticos néctares. El poema es epifanía del desencanto y del placer. Es su propósito humanizar la poesía y la realidad y huir del deplorable espectáculo mediático que convierte la vida en un sainete horripilante e indigno, un trendic topic en rebajas perpetuas, aireando nuestra más íntima inhumanidad. Para ello, Antonio Rodríguez concilia en este libro la sobriedad estética esencial y el torrente sanguíneo de la emoción. La poética del caos se sirve en orden. El discurso inconcluso aporta una reflexión con sus argumentos. El dejarse ir místico de Insomnio es regreso a sus dos libros anteriores, El camino de vuelta y Las hojas imprevistas, y superación de su personal clasicismo. Rodríguez desciende desde su voz joven, severa, a los dominios del riesgo estético y la inquisición social, metafísica, poética. Como en los grandes romanos, ética y estética se corresponden en un largo canto construido con un gran aplomo, elegante, provocador e intensísimo. El triunfo de estas palabras es, sin duda, su exigencia moral y su asalto a los límites del lenguaje. Con ello, Antonio Rodríguez se aleja de las convenciones, las estrecheces y las indigencias de una poesía que adolece de verdad, para gritarnos a la cara su verdad. Espectador de un mundo deshecho e insultante en su mediocridad, Antonio Rodríguez alcanza con seriedad y sentido crítico nuestra penuria sentimental e intenta salvarnos de la ridiculez, de la moral de esclavos, de la ignorancia, de la miseria. Contra los maquillajes del dolor y la ignominia, contra las máscaras del poder y sus sucias alimañas, contra toda fealdad y toda pobreza, contra la vacuidad de la palabra poética vacía, Antonio Rodríguez es poeta: solo eso. En Insomnio procura atrapar cada uno de los órdenes y los desórdenes del mundo, que no dejará de moverse en la noche inmóvil. Su palabra resuena limpia y contundente por los altos pasillos de la madrugada ante el folio en blanco. Amy Winehouse y Marco Aurelio entonan su mismo viejo blues en estos versos. Como habría querido Casanova, el lenguaje y la vida –con todos sus contrastes, con sus grises, con sus violetas– le pertenecen. Él sabe muy bien cómo tratarlos. Fuenteálamo, 27 de septiembre de 2013

El insomnio y los desvelos de Fractal 3.0/ Andrés García Cerdán, Rubén Martín Díaz, Lucía Plaza, Matías M. Clermente y David Sarrión

“No sé bien adónde voy,/pero voy a tratar de llegar.” Sean estas palabras de Heroin de Lou Reed un homenaje al juglar americano recientemente fallecido y un adagio vital para quienes integramos el grupo Fractal Poesía y para quienes nos acompañan año tras año: Chema G. Arake, Hernán Talavera, Javier Temprado, Luis Morales, Tino Molina, Pedro Gascón, Alejandra Vanesa, Luis Lozano Garay, Mercedes Díaz, Anselmo Gómez, Ramón Torres y Ana, Borja Martínez, las chicas de Lalata, Toñi Arenas, Pablo Alfaro, Flora y Enma, Cristina Morano y Héctor castilla, Emilio Fernández, Carmina Ramírez, Sergio Delicado, Santi Flores, Félix J. Velando, Maurice Chandler, Lalo Davia, y un larguísimo larguísimo etcétera.

Largo es el camino también, anguloso, incómodo: lo recorremos otro año en la soledad total del eremita, desde el olvido y el desprecio casi total de las instituciones y los agentes culturales de la ciudad (salvo honrosas excepciones). A veces parece que hemos elegido como representantes de nuestra cultura a quienes más la odian y más la desconocen. Pero los poetas andamos nuestro camino, en nombre de todos, y entre el abandono de las instituciones y el desconocimiento de la gente, enarbolamos la bandera de Fractal Poesía, en un momento muy triste (es incierto el futuro del ciclo Poetas en Otoño; se cumplen 50 años de la muerte de Luis Cernuda), en días de embrutecimiento global. Por ello, la llegada de esta edición ha de ser exultante, luminosa.

El Festival Fractal Poesía 3.0, desde el 29 de octubre al 30 de noviembre, agita de nuevo la coctelera de la poesía española contemporánea y sirve, en largas copas de humanismo, una nueva edición de esta Celebración de la Palabra y las Artes. Se triplica su apuesta inicial: llevar la poesía a las calles, transportar jóvenes y experimentales propuestas artísticas a la sensibilidad colectiva, alzar la voz para defender la inteligencia y el conocimiento, restaurar los atributos originales de esta especie, la nuestra, que en ocasiones hace de la belleza su refugio y que, casi siempre, descubre en la destrucción, la violencia y la injusticia su juego favorito.

Fractal es un club revolucionario: casi sin dinero, al margen de las políticas culturales de esta ciudad vertedero cultural, devolvemos a la gente lo que la mediocridad de la vida cotidiana les roba. El mensaje social del Festival Fractal 3.0 es claro: la poesía abre fronteras en la sensibilidad y en la conciencia; la poesía es un arma crítica, la imaginación es el único argumento contra la mediocridad y la insignificancia del poder, la cultura política y la política cultural son solo eso, penosamente: políticas infecundas.

Con un presupuesto prácticamente inexistente (600 euros del Ayuntamiento), pero con la colaboración y la complicidad de quienes creen en esto, Fractal Poesía nos trae este año dos grandes exposiciones de Pintura y poesía y Fotografía y poesía a La Asunción; la III Muestra de Videopoesía, proyectada en el marco de Abycine y Zinexín; y libros de artista, teatro y poesía para niños, objetos poéticos, micrófonos abiertos, escultura, música en directo, lecturas, presentaciones de libros, recitales en múltiples escenarios de la ciudad: Escuela de Arte, Café Literario Indiano, Víktor Gastro-Café, Shangri-Lá Club, Época Café, Instituto de la Juventud, Cine Capitol, etc.

Y un libro: Insomnio, del poeta albaceteño Antonio Rodríguez Jiménez, quien, entre casi cien poemarios, se alzó con el I Premio Internacional Festival Fractal de Poesía. Un gran jurado, compuesto por David Leo, Mercedes Díaz, Rubén Martín Díaz, Alejandra Vanessa y Constantino Molina, creyó en su modernidad y en su hermosa lectura crítica del mundo en que vivimos. Brilla con luz propia Antonio Rodríguez en Insomnio, desde un clasicismo muy personal, anclado con un sentido crítico implacable a la realidad contemporánea de la hipocresía política, la impostura estética y el desprecio de la verdad que arte y conocimiento encierran. Después de largos años de silencio para la poesía, la Editora de la Diputación imprime de nuevo.

Para el fin de semana Fractal 3.0 ha invitado a poetas de lujo como José Daniel L. Espejo, Alberto Chessa, Natxo Vidal, Francisca Gata, Mercedes Díaz Villarías (que también expone en la Escuela de Arte sus pinturas), Ana Martínez Castillo y Jaufré Rudel, quienes prometen darle voz a todo lo que saben y todo lo que tienen que decir. El propio Antonio Rodríguez, junto al artista Sergio Delicado, participa en la exposición de libro de autor de El camino de vuelta. El joven talento de Javier Temprado redondeará las jornadas con la honestidad y la metáfora viva de su poesía.

Han vuelto los poetas. Siempre vuelven. No es que no duerman: es que no están dormidos. www.fractalpoesia.com



mercredi 11 décembre 2013

La levedad del hierro: Luis Lozano Garay / Andrés García Cerdán





Luis Lozano Garay mira cara a cara a los materiales con que arbola sus esculturas. Lozano Garay llama hierro al hierro, papel al papel y barro al barro: los convierte de esta forma en una prolongación natural de su estar en el mundo. El escultor está para ser hierro y papel y madera y barro.
Esa prolongación natural que ocurre entre artista y obra es, en palabras de Borges, la prolongación más hermosa. El artista hace de sus trabajos escultóricos una proyección de su fuerza, su carácter, su espacio, su luz. Lo he visto coger el cepillo de púas de acero y entregarse a la rugosidad y el óxido del hierro con la devoción con que se entrega al resplandor de lo divino el místico. Pero sin languidecer, sin levitar: con una devoción de minero que taladra en un túnel oscuro. Se entusiasma si extrae una micra de fulgor de la superficie áspera, fría, dura de esa dureza. No parece querer resucitar nada, no hay sentimentalismos, no hay prosodia espiritual más allá del hallazgo de la línea donde cincel, escoplo y soldador se pueden detener. En el principio era la acción, como quiso Sigmund Freud en Tótem y Tabú.
Más bien lo que hace Lozano Garay es tramar sus esculturas como el escalador trama en secreto el asalto a una pared de roca inexpugnable. Lo hace sin complejos. Lo hace sin grandes alharacas teóricas. No obliga a la obra a ser lo que no es: en esto es un grande. Se limita a hacer de la materia una extensión esencial de sus manos, de su agilidad, de su imaginación. En el proceso desnuda los materiales, los quema, los retuerce, los une, los convierte. Lozano Garay convierte la piedra en altura y profundidad, el hierro en verticalidad y apostura, el barro en sustento y deseo.
En él y en su trabajo tiene sentido el verbo heñir. Fingir, forjar, tallar, modelar, esculpir, moldear, transportar: el transporte del alma y los sentidos baudeleriano. Lozano Garay rompe los moldes: en realidad, no hay un tejido inicial, una herida primera, una preconcepción. La corriente de este río arrastra las formas. Sin complejos, invita a la materia a retorcerse, trasladarse, recomponerse en un plano que hace de la física, la química y la mecánica un monumento a la verticalidad, al equilibrio, al ímpetu, a la proporción. La fuerza es el contenido de su escultura. El esfuerzo y el arrebato son el recorrido espiritual, intelectual de su obra. En el barniz y en el lijado están las proporciones de una sensación inequívoca: el triunfo sobre la nada, el logro de la ficción. Las manos retuercen el espacio invisible y alzan un templo de tejidos ciertos, un cuerpo humano de masa de papel, una construcción sólida de espacios vitales que se sostienen por su propio carácter y su propia determinación.
En el retiro de una nave del extrarradio, en el sosiego de un transistor que apenas tiene señal y que se adivina bajo un montón de embalajes y esquirlas de otros tiempos, Luis Lozano Garay ha ido fraguando su aventura de hierros y bronces y papeles y maderas. Atávico en su vocación, instintivo, cruel y piadoso con la tierra y con los minerales, el escultor enseña a los elementos a respirar más allá del espacio robusto de sus brazos, con una inquietud artesanal que es capaz de encontrar en el vacío una silueta, en el desconcierto un equilibrio. Una vez visitas sus esculturas, lo que no se sostenía se sostiene y lo que era endeble se convierte, por arte de magia, en una estructura que soporta una intimidad universal. Una vez oído el largo rumor con que se anuncian al visitante, sus esculturas escapan para siempre de los brazos del escultor y vuelan, bailan, nadan, se zambullen, se estiran, se estremecen.
Hay vanguardia en su trabajo, por supuesto. Lozano Garay hace del estremecimiento el origen y el final de su discurso artístico. Lozano Garay no se rinde a las complacencias del público, huye del aplauso lánguido, se resiste a la genuflexión. Está hablando de otra cosa: se limita a provocar un espasmo eléctrico en la sensibilidad del espectador que de repente sabe que algo sucede en el espacio carnal de esa muchacha que se yergue, se dobla hacia atrás y cierra los ojos inexistentes. La suya es una escultura raigal, de esencias rupestres. Atesora de esta forma la vanguardia original e iniciática del primitivo: intuición, sobrenaturalismo, trascendencia, elementalidad.
El año pasado sorprendió para la exposición colectiva Fractal 2.0 (otoño 2013) con una serie de esculturas que querían ser el movimiento. Pero ese denso movimiento de las aguas del fondo de los océanos, ese lento crepitar de las raíces de los árboles en su viaje a las alturas. Detenidas en el aire, las figuras inmóviles sobre la peana eran apenas una mirada a cámara superlenta de la vida secreta del metal. Una respiración lentísima situaba a los objetos en ese punto inexacto entre la vida y la muerte, la existencia y la inexistencia.
Este año, Luis ha sido el encargado de dar forma al Insomnio de Antonio Rodríguez Jiménez y a las ambiciones de los poetas y los artistas que organizan y protagonizan Fractal 3.0. La poesía tiene en su escultura un rostro verdadero, un cuerpo de verdad. David se presenta de nuevo ante Goliat sin más armas que su lenguaje. Alberto Giacometti ha vuelto. El escultor Lozano Garay detiene al hombre de la estatua en esa transición entre el bien y el mal, entre la levedad y el peso, entre la quietud y la corriente. Ahora ese hombre está vivo y nos mira cara a cara, sin temor, habitante de su propio tiempo.

samedi 8 juin 2013

Leñadores Rock: Grizzly!

Leñadores, mayo de 2013, fotografiados por Félix J. Velando, en el centro de Albacete.
De izquierda a derecha, Miguelan Espinosa, Rosi Herreros, Alberto Sánchez, Andrés G. Cerdán y Pedro Gascón.
Visita www.lenadores.bandcamp.com y descubre la poesía eléctrica de este primer disco.
También en www.facebook.com/superlenadores, i-tunes, youtube y spotify.
Contacto: lenadoreslenadores@gmail.com.

mardi 5 mars 2013

Uve






XV

(LO MÁS PARECIDO A VOLAR)

[A Roger Wolfe]

En aquel tiempo aún era posible creer en la realidad, porque era cruel y porque no dejaba de darte besos en el cuello. En los 90 podías morirte y resucitar inmediatamente, una milésima antes de caer en manos de las Parcas. En los 90 bebías cicuta y dan-up. Leías a César Vallejo y a Carson McCullers, a Ray Loriga y a Blanca Andreu, a Roger Wolfe y a Juan Goytisolo. En transición perpetua, apurando los últimos años de un siglo, asistiendo a la decapitación de las primaveras del milenio y a la frugalidad incendiaria del amanecer del mundo global. En la más intensa soledad y en la compañía de quienes veían como tú, recorrer los senderos bifurcados del jardín en llamas de la juventud era lo más parecido a volar. A volar con dinamita las resistencias de cualquier forma de dolor. El club de la lucha, ¿no? No veíamos mucho más allá de nosotros, pero veíamos tanto dentro de nosotros. En nuestro corazón amainaban los tifones. En nuestro rostro se escribía lentamente el nombre de Bruneleschi o el de Egon Schiele o el de Joe Strummer o el de la Venus de Willendorf.




XXXVIIII

(UVE)

Me acuerdo de la letra uve. Vicio, vértigo, verdad, verano. Me acuerdo de su serenidad. En ella viven los astronautas y los valles. La letra uve sabe volar. La letra uve es el viento. En mitad de un verso la letra uve se vuelve y nos dice que a ella le habría gustado nacer en otra parte. La letra uve sabe que en ella están el sueño del origen y las obras completas de Egea. Los días pasan y me gustaría decir que en su garganta caben las hermosas ortigas y las hermosas amapolas. El cielo de tu desdicha no es rojo. Son rojos los bancales y esa desasida corriente de paisaje que nos persigue por los costados como si fuese el último paisaje y como si la última estación no fuese lo último. He aprendido a tu lado tantas cosas. Me has enseñado tanto.













mardi 19 février 2013

De la naturaleza inflamable del hielo. Las artes de Basquiat


“La droga es como un padre para ti.” -Rock’n’Rolla-

"Papa, I'm gonna be famous." -J.M. Basquiat-



Arde el hielo. No preguntes cómo: solo arde. La primera ambición humana de Jean Michel Basquiat (Brooklyn, 22 de diciembre de 1960-Soho, 12 de agosto de 1988) fue ser bombero: apagar fuegos, mirarlos de cerca, iniciar un fuego para acabar con otro fuego. Nueva York arde. Grandes cubos de basura, industriales en su proporción de desencanto, e inmensas cajas de cartón vacías, tan grandes y tan vacías como para esconder dentro una ciudad: eso es la vida, la puta vida, tío. Escaladores radiactivos se descuelgan por la pulcra superficie vertical del espejo de los rascacielos, la que simula nubes, la que ciega, la que asesina a las aves en su migración hacia otras latitudes. Escaleras mecánicas, escaleras de incendios, gritos, fuego, conatos de hip hop, una rata se descompone en un callejón: la vida, tío. Un gran camión tatuado con un letrero inmenso, INFLAMABLE, se accidenta en un cruce y reparte su entraña de llamas.

Los primeros años ochenta asisten en Nueva York al show de las arenas movedizas del arte. Jean Michel Basquiat es esa parte del iceberg que desborda la gravedad: neoexpresionismo, graffiti, street art, surrealismo, pop telúrico, collage racial, abstracción. Basquiat ha sido dotado de una "second nature". El suyo es un arte en contacto directo, primordial con las emociones más profundas. El arte de Basquiat es un arte poético, una moderna forma de la alquimia de signos y símbolos. Enseguida se reconoce en él al enfant terrible, al chico radiante, al iluminado posmoderno. Muy pronto se habla del nuevo Rimbaud.

Las calles arden. La humanidad se funde en los altos hornos de la química a una temperatura nunca vista. Nueva York, en su gigantesca e intrépida consumación de todas las modas, todas las tendencias, todos los instantes, hierve entregada a su propio renacimiento: renace en la mirada destripada de este chico de apenas 20 años. También el cielo hierve más allá del punto de ebullición en una cucharilla. Cosida de violencia, de luchas callejeras, de encrucijadas marginales, de canibalismo económico y político, cosida de glamour y de desesperación, la gran ciudad que lloró Federico García Lorca es el collage de un incendio, un paraíso caótico. En la clepsidra alienante, en las zonas oscuras y en los sueños rotos, en la telaraña de los negros senderos palpita el neón anunciando el funeral de los dioses muertos. Nietzsche duerme en una caja de cartón en Central Park. Cosida de ríos y de océanos, Nueva York es la luz que deslumbra. La polución urbana es la forma alucinada de una amenaza sistémica. Un cartel publicitario se amontona, despellejado, humillado, reseco de contaminación que parece una mierda de hace dos meses, anunciando la llegada del Mesías. Creed en Él.

Nueva York es una gran hoguera que exige de cada uno una porción inmensa de sí para alimentar el fuego. Bartleby, que es ceniza, negación, aturdimiento, duerme en una caja de cartón en Central Park. Una pared en la periferia de los centros descentrados –me acuerdo de Derrida– reclama la nostalgia de los posters que anuncian comida para gatos, modelos de Armani, exposiciones colectivas de artistas, programas antidroga, majadería industrial, pasarelas de lo sórdido. En cualquier almacén abandonado hay una Virgen y un yonki, un fotógrafo ciego y una perra muy underground recién parida. La gente ronda por ahí como empalada en su misma espina vertebral, dorsal. Jean Michel Basquiat baila en cada uno de los muros sobre los que escribe. En sus ojos se pueden leer a veces dos grandes cruces, trazadas a brochazos sin compasión, amarillos sobre negro: pupilas como señales de peligro, como exposición a un peligro asumido, como radiación mística. ¿Dónde? ¿Hacia dónde? En ese vídeo, en esa toma de leche negra, fundida en grises, lo verás. Y sí, el viejo Dodge de Basquiat se ha evaporado, se ha desvanecido bajo el sol de Venice, pero el chico ya está de vuelta otra vez en la gran ciudad, en otro estudio, al lado de Andy Warhol, con un pie dentro y otro fuera de la Factory. La violencia asola los barrios. Un escarabajo egipcio cabalga hacia el oeste en mitad de la nada. Una cucaracha caga en una hamburguesa de 50 $. Viene Madonna a verlo: Basquiat es una de las únicas personas a las que envidia, y que es demasiado frágil para este mundo. Fragile: Handle with care. Grandes fajos de grandes billetes y grandes bolsas de marihuana. China Club. Pintará por la noche, los marcos y los lienzos están ya preparados. Science Fiction Versus Man, 1983: “Vamos a devastar la esencia de la felicidad humana. Somos peligrosos psicópatas en tanto las ciencias y los científicos nos alejan de la belleza y la harmonía del tiempo natural. Esa es la cuestión.”

Al Díaz agita un spray en el Lower East Side. Mapelthorpe se fotografía desnudo en una habitación del hotel Chelsea. Basquiat duerme en una caja de cartón en un parque de Nueva York. Así le vemos en una de las primeras escenas del film de Julien Schnabel, amaneciendo, mientras René Ricard escribe en un banco unas notas sobre el arte: “El arte es la oreja de Vincent Van Gogh”. De entre la vegetación, de la fiereza de la última noche surge Basquiat. Corre el final de 1981. En diciembre de ese año aparece en Artforum unos de esos artículos que nacen con vocación de mito. René Ricard hace en The Radiant Child una amplia e incisiva reflexión sobre el arte de las calles de Nueva York. Este texto propulsará hasta límites insospechados el éxito de Jean Michel Basquiat y asentará en sus nubes pop la acción de Keith Haring. En realidad, René Ricard es un mago del arte. Ya ha lanzado a Julian Schnabel. Luego va a colaborar con Francesco Clemente. En el caso de Basquiat defiende “la institucionalización de lo idiosincrásico, el triunfo de lo vernacular y lo anónimo que trasciende. “El estilo graffiti, parte tan grande de esta ciudad, Nueva York, está ahora en nuestra sangre.” Al Díaz, compañero de juveniles correrías grafiteras juveniles, o Ramelzee o Judy Rifka son parte de esa sangre nuestra. Esta sangre grafiteada que inunda las calles parece haber estado siempre ahí, en las calles, en los vagones, en cualquier valla. Ardiendo. Ricard dice que este arte muestra la eternidad de un proverbio. La pintada es ya un proverbio que vibran con una acuidad política esencial. Basquiat, adicto a las coronas y a los signos de copyright, erige una patente demoledora: se apropia de lo público y lo lanza en transición hacia los ámbitos de lo privado. Como resultado de esos primeros años callejeros a finales de los 70, el Basquiat del éxito insistirá siempre en no ser un artista del graffiti, sino un artista. Y habla de sus influencias, desde Leonardo da Vinci a los expresionistas abstractos Cy Twombly o Franz Kline.

En 1986 Tamra Davis capturó una de las pocas entrevistas al pintor. El metraje ha permanecido inédito, oculto durante más de 20 años. Recoge, de forma portentosa, una sucesión de entrevistas y testimonios, y narra el ascenso meteórico y la caída en el áureo lodo de los inmortales de Basquiat. Su personalidad indómita, su rebeldía, su iconoclastia. El chico radiante grafitea bien claro: “Papa, I’m going to be famous.”. En la cinta de Davis los compañeros de viaje del haitiano-portorriqueño-neoyorkino son -ni más ni menos- Julian Schnabel, Larry Gagosian, Bruno Bischofberger, Tony Shafrazi, Fab 5 Freddy, Jeffrey Deitch, Glenn O'Brien, Maripol, Kai Eric, Nicholas Taylor, Fred Hoffmann, Michael Holman, Diego Cortez, Annina Nosei, Suzanne Mallouk, Rene Ricard, Kenny Scharf.

Compañeros de viaje para un viaje al centro de la tierra de los sueños negros. En un cartel, trazado irregularmente con lápiz de colores, escribe BIRTH OF EARTH y acompaña este nacimiento, este big bang, esta aurora de la tierra con el copyright, la corona de espinas del mundo capitalista. La insistencia devastadora en el símbolo copyright es un gesto gráfico más, como un guiño peligroso al Mundo del Dinero, al Mundo que no es mundo. En ese otro cuadro de allí sigue ese camión INFLAMABLE, que recorre inflamado las calles, reventado de llamas. Un minisegundo después, estamos ante un gran anuncio que ensalza las virtudes del petróleo. ASECTICISM: mezcla de lo ascético y lo aséctico, en una irónica danza de la muerte. Sectas del dolor, de la inexistencia, de la gloria y del dinero. En esa otra tela el llanero solitario está rabioso. ME. LONE RANGER RAGER. Bienvenida la rabia.

¿Qué es eso? No se sabe muy bien: mono aherrojado en un casco de rugby u hombre que gira en un satélite alrededor de la Tierra, ennegrecido y espacial, animal. La experiencia del artista, del pintor, es una experiencia fragmentada de conocimiento. El artista: cosmonautas conduciendo el fuego a puñetazos.

dimanche 13 janvier 2013

Instinto: Enguídanos, Fernández, García Cerdán (A.G.C.)




UNO. La esfera del arte en el mundo del siglo XXI es una esfera de perdición. Ni siquiera es una esfera: es un embudo, un cono por donde se precipitan, bruscamente se filtran, amalgamadas y ambiguas, las propuestas artísticas del que se ha vendido al sistema en toda su vileza o del que solo se atreve a hablar en privado, por miedo al qué dirán, a la lluvia de palos. Al menos, en privado uno experimenta la ilusión de ser libre. El cáustico chirrido continuo de nuestra civilización ha hecho del ruido su asiento y su dogal, y nos ahoga y nos constriñe. Contra esa contaminación, contra ese alrededor infectado, nos pronunciamos aquí. El tráfago de acontecimientos macabros a nuestro alrededor es el maná de cada día: se le sirve frío al pueblo en horas de máxima audiencia. El olvido de la memoria en que ardíamos o pudimos arder es flagrante: se entierra bajo metros cúbicos de hormigón. Son infatigables las maniobras, las estrategias del poder por desnaturalizarnos, deshacernos, convertirnos en harina en el molino imparable del dinero. La desgracia es el mejor argumento político. La oscura sangre de quien no tiene nada, del que apenas es nada engrasa los ejes del carromato vicioso del progreso. Es muy largo el desaliento con que arrastramos la piedra una y otra vez, arriba y abajo, como Sísifos sin fuerzas, como Prometeos encadenados, como estériles Narcisos, como Licenciados Vidriera lapidados, como Ofelias de los desagües, como Cobains del vicio. Al menos, en privado experimentamos la ilusión de ser libres.

DOS. Del desprecio surge esta obra. Del desprecio que produce un pensamiento cada vez más lineal y más estéril. El pensamiento que se impone a las masas obedece a un discurso adocenado, vulgarmente mediático: obedece a una megafonía subyugante, amenazadora. Acertó George Orwell con esa supervisión prosaica y malsana que predecía para el futuro del planeta. El gran hermano que sobrevuela la polis es superficial, esclavista, déspota en su inanidad. Así, de la angostura y del asco surge esta obra poética y visual a tres bandas: Enguídanos, Fernández, García Cerdán. De la falta de oxígeno. De la perdición. Como atalaya desde la que reiniciar el sistema, como antisistema, defendemos una sinergia interartística, una especie de sinestesia plástica, visual, emocional, que recoja nuestra actualidad privada, la validez de lo íntimo, y que sea el beso en la boca que necesitas.

TRES. En la obra de Nietzsche o Cortázar, de Wagner o Stravinski, de Rimbaud o Leonardo, late con toda su intensidad la busca de una obra de arte total. Una obra de arte en que se consumen las múltiples posibilidades artísticas, intelectuales, religiosas del hombre. Una obra en que convivan, desde la poiesis, las disciplinas y extensiones del homo artisticus. A ello se entregaron con un empeño que los llevó al límite último de los abismos. Se dieron en cuerpo y alma al hallazgo de ese aleph o punto mítico en que confluyen todos los puntos del universo espiritual; se dieron al hallazgo del kibutz del deseo, que rinde la eternidad; se dieron al hallazgo de la mónada o la unidad cósmica. En sus vidas y en sus obras, el arte total aspira a ser arte de la totalidad: expresión total del hombre y del mundo, en todos sus atributos, en todas sus dimensiones racionales e intuitivas, sin exclusiones, a conciencia.

CUATRO. Aporía. Simploké. El cuadro llama a la verdad en la percepción de la belleza del mundo por su nombre real. La fotografía atrapa las lisérgicas ondas de luz en un balde lleno de noche. El poema se retuerce entre los pliegues y las savias del laberinto vital y cantar la luz de la mañana, el ocaso de la civilización, la aventura humana. En INSTINTO, la literatura, la pintura y la poesía fluyen libremente por los vasos comunicantes del pensamiento crítico. Guiado por similitudes, correspondencias y afinidades, el recorrido es plural, poliédrico, híbrido, absolutamente oblicuo. Desde una perspectiva sesgada nos acercamos al conocimiento. Hacemos de la contradicción una forma de consanguinidad, de lo absurdo una coherencia, de la ambigüedad una certeza.

CINCO. El instinto

SEIS. Orfeo. Basquiat. Balthus. Mapelthorpe. Leopardi. Rauschenberg, Baudelaire. Bansky. Cravan. Celan. Lucien Freud. Woolf. Hirst. Alberto García Alix. Riky Dávila. Lautréamont. Sófocles. Giacommetti. Stevens. Modigliani. Luicen Freud. Warhol. Baudrigan. Doisneau. Miller. Bacon. Vallejo. PeCasCor. Kappa. Schopenhauer. Wittgenstein. Van Gogh. Shakespeare. The Who. Cioran. Kavafis. Picasso. Ajmatova. Cervantes. Aragon. Prévert. Boronali. Dylan Thomas. Stevenson. Pound.

SIETE. La belleza y el caos. Intervenir en esa totalidad desde el aguijón individual, clavar el arpón en los ojos del sistema, torear ese sistema ciego, dejar caer el ancla en los sueños para que nuca más se vayan, para amarrarnos como Ulises a ese mástil altivo.