NEURÓNIKA

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jeudi 5 février 2015

Los signos del derrumbe. Conversaciones con Antonio Rodríguez Jiménez


LA POESÍA EN ALBACETE (I)

LOS SIGNOS DEL DERRUMBE.
CONVERSACIONES
CON ANTONIO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ

Andrés García Cerdán


 

1.     LA ONDA EXPANSIVA

Una onda expansiva recorre la poesía de Albacete. Han pasado muchas cosas estos últimos tiempos, y muy buenas. Entre las más brillantes deflagraciones se encuentra la de Antonio Rodríguez Jiménez (1978).

RESISTENCIA

Como el pez que ha mordido ya el anzuelo
y no quiere entregarse,
y colea con fuerza y tira y nada
con más brío que nunca
y sigue fuera
hasta quedar inmóvil
bajo el cielo más crudo;
así el poema
se resiste en la página,
sube y baja en la barra del procesador,
deshaciéndose, haciéndose
de nuevo,
dilatando el momento de ser tinta
quieta sobre el papel, aprisionada
en el olvido de las bibliotecas.

                                  (Los signos del derrumbe)

Muchos han mordido el anzuelo. La explosión poética de la ciudad no es, en absoluto, uniforme. Y, sin embargo, da la sensación de que hay elementos en común. Para empezar, se ha superado en gran medida la asunción simplista de la poesía como experiencia sentimental y confesional. Yendo más allá, el poema se convierte en inquisición metapoética sobre el lenguaje, sus límites y sus vínculos con la filosofía. A esta poesía del conocimiento se suma otra que hace de la lectura de la naturaleza su asunto, enarbolando una mirada cercana al misticismo, contemplativa o existencial. Una línea cercana se desborda hacia las formas y los contenidos de una especie de clasicismo contemporáneo. Por último, el poema se convierte en instrumento de análisis de la realidad, de forma indirecta casi siempre. “Lobos frente a corderos” de Antonio es ejemplo de denuncia de la pasividad de las masas y la codicia de los lobos.

LOBOS FRENTE A CORDEROS

A Javier Lorenzo Candel

No os extrañéis si oyerais el balido
de un cordero atacado por los lobos,
pues estos obedecen a un instinto
contra el que nada pueden. Espantaos,
en cambio, si los lobos
ya saciada su hambre, asesinasen
solo por el placer o la codicia.
Pero pensad, entonces, si el rebaño
disgregado no es cómplice
de esa crueldad, del canto victorioso
de la sangre y del miedo.

(Las hojas imprevistas)

En cualquier caso, la poesía albaceteña del momento cristaliza en un cuidado exquisito de las formas, en la densidad intelectual de los textos, en el desvelo de inquietudes públicas o privadas y en una inteligente selección del lenguaje. Como contrapartida, el poema es raramente vanguardista, rara vez se deja llevar de más por lo irracional, rara vez hay una denuncia social explícita, rara vez asistimos a la melodía transgresora y urbana del pop. Se trata, más bien, de una depuración de las crispaciones, los riesgos y las propuestas novedosas, ante las que se guarda reserva. Se asume un discurso culto, formalista y cuidadoso, pero que no debe ser considerado conservador. La inspiración desatada y la entrega visceral se someten a los dictados del buen gusto, el pensamiento y la profundidad, sin que esto llegue a asfixiar el poema. Al impulso se impone el orden. Ese es el punto de ebullición y de equilibrio.
En Albacete está pasando algo. Los orígenes de la explosión hay que buscarlos en décadas anteriores, en el trabajo de grupos como La Confitería o Fractal, ante la presencia hierática pero abundante de la revista Barcarola. No demasiado lejos está la antología de los poetas “confiteros” editada por La Siesta del Lobo o aquella otra que bajo el nombre de Generación fanzine organizó Arturo Tendero con las voces jóvenes de principios de siglo. Tampoco están lejos la estela de El problema de Yorick de Eloy M. Cebrián y Antonio García, ni El brillo de los días de Juan Angel Fernández o las impresiones de La Pequeña Compañía del Sur de Andrés Gómez Flores. Indudable es la importancia reciente del Festival Fractal Poesía, en mis manos y en las de Lucía Plaza, Javier Temprado, Matías M. Clemente y David Sarrión,  y el estímulo que han supuesto las dos antologías editadas desde el colectivo: El llano en llamas, de cuya coordinación me ocupé, y Una generación de fuego, organizada por Rubén Martín. Algo hay de aglutinación en su propuesta. También los días poéticos de Indiano Café Literario y Viktor Gastro-Café. También La Bicicleta bAzul de Anselmo Gómez. Eso, y mucho, mucho más –la dedicación individual es decisiva en este caso–, ha ido dando sus frutos. Sin ir más lejos, este año Antonio ha ganado el Premio Antonio Machado en Baeza y Constantino Molina Monteagudo se ha hecho con el Adonáis con Las ramas del azar. No nos olvidamos de los aldabonazos que en distintas puertas han ido dando Javier Lorenzo, Arturo Tendero, Rubén Martín Díaz, Julián Cañizares, Ángel J. Aguilar, Mercedes Díaz Villarías, León Molina, Luis Martínez Falero, Francisca Gata y tantos otros, que han transformado con su excelencia el paisaje poético y literario de la ciudad. Yo mismo he hecho algo de ruido.


2.     TRANQUILAMENTE HABLANDO

Da gusto hablar con Antonio. La conversación suele ser fluida, irónica, inteligente. Es dueño de un discurso con carácter. Aunque lo conozco desde los tiempos de Isla desnuda y Los deseos, allá por los últimos 90, los últimos años nos han dado la oportunidad de hablar mucho y de muchas cosas. Prefiero, entre todas, las conversaciones en el coche, de vuelta a casa después del trabajo, casi siempre en torno a la poesía. El día en que me dio mi ejemplar de Los signos del derrumbe, me acordé de los magníficos Diálogos de Borges y Sábato –salvadas sean las distancias–, recogidos por Orlando Barone para Emecé, y supe que era una buena idea oír al poeta con tranquilidad y atención. Por desgracia, en esta ciudad el papel del periodismo y del periodismo cultural es insignificante y ridículo, si no claramente dañino y empobrecedor.
A lo largo de estos años lo he visto crecer, consolidar  una voz poética definida, dejarse arrastrar por la atracción fulgurante del poema y de las palabras. Desde luego, tiene algo que decir sobre la literatura y sobre el mundo en que vivimos. Es el caso de un poeta claramente poeta, pero capaz de interpretar la realidad social y política con vehemencia y con sentido. No repite ideas consabidas ni frases hechas: se las apropia para revertirlas y descifrar los hechos con lucidez. Coincidimos, por ejemplo, en la importancia del arte, en la vacuidad del discurso político, en la mentira y la tergiversación continua en que se han convertido los mass media, en la indigencia espiritual de estos tiempos, en los abusos del poder...
No es en vano, por tanto, que Antonio Rodríguez, como testigo y actor de esta pequeña revolución poética, disponga ahora de un espacio diáfano de expresión, que no se difumine su voz en la mediocridad informativa, que se le oiga de una vez. A esa intención responde este largo diálogo. Nos hemos visto en mi casa, en la suya, en la cafetería Mustang, en la Librería Popular y en otros lugares. Nos hemos llamado y nos hemos escrito.
Sin ser un desconocido, Antonio llega a la poesía española actual con una gran pujanza. Del valor de su poesía, que nace sólida e intuitiva, crítica y elocuente en sus formas, dan cuenta sus libros y los premios con que han sido reconocidos: El camino de vuelta (Premio Arcipreste de Hita, Pretextos, 2012), Insomnio (Premio Fractal Poesía, Fractal, 2013), Las hojas imprevistas (Premio Antonio Gala, Ayto. de Alhaurín, 2013) y Los signos del derrumbe (Premio Antonio Machado en Baeza, Hiperión, 2014).


A.G.C. Antonio, irrumpes en la poesía como un huracán y como un escritor hecho. ¿De dónde sales?
A.R.J. Soy un poeta tardío en cuanto a la publicación, pero no respecto a la escritura. Escribo desde la adolescencia, con mayor o menor regularidad. Estando aún en el instituto, fundé la revista Isla desnuda junto a Pedro J. Gascón, Miguel Úbeda y Alejandro Bleda. Desde entonces nunca he dejado de leer, asistir y organizar recitales, cursos, etc. He tenido la suerte de escuchar y conocer a algunos de los mejores poetas en las ciudades en las que he vivido y nunca he perdido el contacto con la poesía. Lo que ocurre es que hasta finales de 2011 no tomé la decisión de enfrentarme a reunir un poemario. Recuperé algunos poemas que había publicado años atrás en revistas, compuse otros nuevos y así surgió El camino de vuelta, mi primer libro.

LÍMITES

Te preguntas quién eres, por qué nace
de ti este aliento que llamamos vida,
como lava que fluye lentamente,
con fuerza amortiguada, con un ritmo
acordado que busca la tibieza.
Te sostiene el impulso de la sangre,
una tupida red de conexiones
imposibles, de enlaces prodigiosos
capaces de crear y urdir un sueño:
la débil ilusión de la hermosura.

Y todo cabe aquí, en la materia
tan frágil de la carne, entre los límites
sedosos de este cuerpo, piel que brilla
y se ilumina y goza o sangra o sufre.
Cálida piel que tiembla y se estremece
con la lengua del frío, con la lenta
caricia de los labios, quebrantada
por el dolor más puro o por el fuego.

Piel desnuda, tangible, presentida
bajo un lienzo de mar, la piel radiante
donde reconocernos, donde amarnos.
Es el mapa más íntimo, la letra
única de tu cuerpo, inalcanzable
para la nitidez más depurada, la maraña
de códigos binarios y de píxeles.

Para aprender quién eres es preciso
recorrer tus rincones, detenerse
en las formas redondas de tu pecho,
en la curva pequeña de la boca,
y respirar allí, sentir la suave
punzada de los dientes, la humedad
de los muslos, y rendirse
a esta descarga eléctrica, a este vértigo
que sentimos a ciegas, que nos mueve
y que llamamos vida.

(El camino de vuelta)

A.G.C. Testimonio, conocimiento, celebración, lenguaje, verdad, inspiración, búsqueda: ¿qué es la poesía? En consecuencia, ¿qué es un poeta hoy y para qué vale?
A.R.J. Tiene un poco de todo lo que mencionas. Me atrae la poesía como testimonio y también como celebración. Además, creo en un tipo de literatura que indague, que plantee preguntas y que dialogue con la tradición y con el pensamiento. La poesía no aporta respuestas, ya que para eso está la filosofía y –en otro orden, que no me interesa– la religión. La poesía no puede ser mero testimonio, pero sí debe dejar constancia del tiempo en el que vive; no puede ser ciencia, pero sí acompañar al conocimiento lanzando o replanteando interrogantes; y tampoco puede ser solo experiencia vital, aunque debe saber hacerse eco de ella para tender a la universalidad.

A.G.C. En tu poesía se advierte con claridad la asimilación fluida de la tradición clásica y también de la poesía contemporánea. ¿En quién has bebido? ¿Qué has aprendido de los otros? ¿Qué aportas al lenguaje de la poesía actual?
A.R.J. El escritor se forja leyendo. En este sentido, me gusta retomar la antigua metáfora de la abeja libadora que popularizaron los primeros humanistas. Es difícil decir qué autor o qué tendencia me ha influido más. He intentado leer todo lo que he podido, y me resulta difícil discriminar. Puedo decir que admiro la capacidad de Góngora y de Rubén Darío para crear belleza mediante la palabra; la capacidad comunicadora de Antonio Machado y de Enrique Lihn; la profundidad de Valente y Juan Ramón Jiménez; la gracia poética y el lirismo de Cernuda y Eloy Sánchez Rosillo; la clarividencia de Borges y de Juan Antonio González Iglesias…

A.G.C. ¿Cómo escribes un poema? ¿Cómo surge? ¿De dónde procede? ¿Adónde va?
A.R.J. La poesía tiene la ventaja de que puedes pensar en ella constantemente, tengas o no un soporte de escritura cerca. En mi caso, primero surge una idea, a continuación un primer boceto de estructura y por último intento plasmarla en verso. Este último proceso suele ser el más largo y requiere varias horas de trabajo hasta lograr un resultado final que me convenza.

LA PUREZA

Una vez viste a un niño atropellado
junto a un animal muerto, en plena calle.
Lo que no recogían los informes
era el terror del niño al ver al perro
lanzarse de sus brazos
hacia el cruce. Lo que no se dijo,
seguramente, fue el impulso
de correr hacia él, como si fuera
el acto culminante de su vida,
el peligro absoluto, la amenaza
a todo su universo. No se dijo
nada de aquel cariño improvisado
entre seres pequeños. Nadie supo
la dimensión exacta del amor verdadero
entre los indefensos. La pureza
escoge los caminos más humildes y nada
sabe de este dolor, ni de nosotros.

                                                                        (Las hojas imprevistas)

A.G.C. Ernesto Sábato distinguía bien entre los escritores de oficio y los inspirados. ¿Artesano o iluminado?
A.R.J. Más bien artesano. No creo demasiado en la iluminación porque soy materialista. Entiendo que la iluminación tiene sentido en un contexto platónico, en la creencia de que el poeta puede entrar en una especie de trance en el que la divinidad lo arrebate. Góngora la recreó muy bien en su Fábula de Polifemo y Galatea, cuando comienza diciendo: “Estas que me dictó rimas sonoras,/ culta sí, aunque bucólica, Talía”.  En el fondo, la inspiración no es más que un estado de ánimo. Aunque es evidente que existen personas con mayores dotes que otras, pienso que la creatividad se puede ejercitar. La actividad intelectual y la vida misma incentivan la mente del poeta y le ofrecen la materia prima; luego es el momento de trabajar con esos materiales y darles forma mediante una técnica aprendida.

A.G.C. De Baudelaire parte una doble línea, que conduce a Rimbaud y los irracionalismos y a Mallarmé y la inquisición metapoética. El poema parece, por lo tanto, arrebato o construcción. ¿Hacia dónde van tus poemas: hacia la vida o hacia el lenguaje? ¿Por qué?
A.R.J. Hacia la vida. Por lo que he dicho antes, creo que la vida aporta la materia prima de la poesía. La vida es lo que todos los hombres compartimos, en distintos espacios y tiempos.

A.G.C. Se observa en tus libros, desde El camino de vuelta a Insomnio, Las hojas imprevistas y Los signos del derrumbe, una lenta pero clara transformación, quizá hacia un poema más incisivo en sus cuestionamientos sociales y morales, aún con un selecto uso del lenguaje y con un deje elegíaco. ¿Por qué?
A.R.J. Quizá por el momento en que vivimos. A principios de los años 30, muchos autores de la Generación del 27 o coetáneos, que habían estado trabajando con la premisa orteguiana de “el arte por el arte”, sintieron la necesidad de “rehumanizar” su poesía y volver a temas mucho más vitales. Creo que lo que estamos viviendo en estos últimos años ha influido en mi evolución, ya que es inevitable advertir la necesidad de una regeneración moral de la sociedad para intentar salvar aquellos aspectos positivos de la modernidad: la creencia en valores colectivos como la igualdad, la libertad, la educación…

RUINAS

Rostros inexpresivos en la puerta
del comedor. Negocios clausurados
y una tristeza extraña en los colegios.
En los parques del miedo
crece la planta de la indiferencia
y la resignación. ¿Qué te seduce
de este descenso al centro de las ruinas?
Alguien está limpiando los despojos
de la fiesta anterior, un agua turbia
se precipita por el sumidero
con lo que nunca fue,
la espuma de los mitos.
Y de nuevo la calma,
una aparente paz tras la derrota.
Mira cómo se extiende:
Es el silencio azul de la pobreza.

(Los signos del derrumbe)


A.G.C. ¿Por qué los títulos de tus libros? ¿Cuáles son Las hojas imprevistas? ¿Cuáles Los signos del derrumbe?
A.R.J. Las hojas imprevistas es una cita de Jorge Riechmann, del libro El común de los mortales. Más o menos, viene a subrayar la necesidad de que se levantase un viento que extendiese por todo el mundo “las hojas imprevistas” de la sabiduría. Me pareció muy bonito y me lo apropié para el libro. Los signos del derrumbe hace referencia a los indicios que amenazan el sueño de la Modernidad: el individualismo, la codicia, la ausencia de un comportamiento ético y el adanismo cultural.

A.G.C. ¿Qué opinión te merecen los poetas de esta generación? ¿Qué hay de nuevo? ¿Hay cambios en los rumbos del poema del siglo XXI?
A.R.J. Hay muchos poetas. Tantos, que es imposible conocer ni a una pequeña parte de ellos. En cuanto a la novedad, creo que es un concepto que hay que usar con mucho cuidado. Como dice Lipovetsky, vivimos bajo el “imperio de lo efímero”, somos esclavos de la moda y de una obsesión enfermiza por la celeridad y por lo “nuevo”. La industria editorial, como otras industrias, ha abusado de esto por intereses económicos. Sin embargo, visto con calma, no es más que un disparate. Por supuesto, no se debe ser involucionista y cerrarse a nuevas tendencias; pero la evolución, a pesar de los deslumbrantes progresos de la técnica, tiene su ritmo, y no podemos pretender asistir a tres o cuatro cambios de era a lo largo de una sola vida. A veces tengo la sensación de que un poeta, para ser interesante hoy día, debe intentar cambiar el rumbo de la poesía occidental en cada libro que escriba, y eso es imposible. Pienso que hay que escribir intentando aportar algo a los demás, con honestidad, pero con conciencia de nuestras limitaciones y de las limitaciones de la propia vida. Los constructores de los templos góticos asumían que quizá nunca vieran su obra terminada, pero no por ello rebajaban sus aspiraciones y abordaban un proyecto menor, de peor factura, que pudieran terminar en dos o tres años. Eso es lo que debemos agradecerles. A veces no es necesario forzar un cambio de rumbo; este vendrá, lo queramos o no, con nosotros o con otros.

A.G.C. ¿Qué te parecen las vacas sagradas del “oficio”? ¿Qué queda de un magisterio que parece impuesto desde los medios de comunicación y el amiguismo?
A.R.J. Es inevitable. En el mundo hay unos pocos que tienen casi todo el capital, y no quieren ceder ni un ápice. Saben que para tener tanto deben ser muy pocos. Igual pasa en la literatura. Quien haya conseguido instalarse en la cúspide sabe que no hay espacio para muchos más, y consciente o inconscientemente guarda su sitio para que no lo ocupen otros. Es ley de vida. A las editoriales también les conviene que haya unos pocos nombres que nunca dejen de ser la marca de calidad para el público, aunque esto no sea del todo cierto o, simplemente, haya otros muchos con igual o mayor valía. Todos saben que en la diversidad está su fin y se protegen para que no se abran las puertas, se tengan o no aprecio.

DE LA MERA EXISTENCIA

Tras la violencia de la cacería,
se reagrupa en un claro la manada.
Ya viene el aire limpio del olor del peligro
y amamantan las madres a sus crías.
Pacen tranquilamente los adultos y nadie
podría imaginar que hace muy poco
eran solo pavor, galope ciego.
 Atrás quedó la sangre de los miembros
menos afortunados, naturaleza muerta
alimentando el ciclo de la vida.
No hay espacio en la paz de los rumiantes
para albergar tristeza
ni para la memoria.
Esto es su tiempo: instantes sucesivos
de placidez y alarma. Es el decurso
de seres sin relato,
de la mera existencia.

                            (Los signos del derrumbe)

A.G.C. ¿Funcionan los planes institucionales, académicos y oficiales en la divulgación de la poesía?
A.R.J. No tengo noticia de ninguno. El verdadero aprendizaje debe hacerse de forma individual, por uno mismo. Las campañas publicitarias o los planes institucionales pueden hacer que la gente fume menos, pero no crear verdaderos lectores de poesía. Mientras estemos dominados por la cultura del espectáculo, cualquier plan estará destinado al fracaso; la masa seguirá tendiendo hacia el esparcimiento zafio y vacío, que es el que alimenta la cadena consumista. Aun así, seguirá habiendo muchos poetas porque la poesía es consustancial a la condición humana, y quienes se empeñan en buscarla acaban encontrándola.

A.G.C. ¿Crees que hay una poesía oculta en las calles, al margen de los cauces oficiales?
A.R.J. Supongo que siempre la ha habido. Es un tópico elucubrar con esa historia de la literatura compuesta por las obras ocultas, las que nunca salieron del cajón, unas veces con justicia y otras quizá sin ella. Actualmente, conozco muchos libros buenos que permanecen en el disco duro de un ordenador, y realmente merecen la pena. Es una lástima. Sin embargo, se publican muchos libros cuyo interés real es bastante dudoso.

A.G.C. ¿Qué pasa con la poesía que aspiraba a ser “palabra de la tribu”?
A.R.J. Hoy en día la tribu no podría tener un solo discurso, “una sola palabra”. Son tiempos de exceso de oferta y de diversificación de las propuestas artísticas.

A.G.C. ¿Cuál es el estado de salud del poema en la era de la Superinformación y la Tecnología?
A.R.J. La tecnología ha ayudado mucho y lo seguirá haciendo. Ha revolucionado la distribución y la difusión, y yo espero que eso contribuya a aumentar el gusto por la poesía. Además, las redes sociales favorecen la comunicación y las relaciones entre poetas de todo el mundo, y eso es muy positivo. Con todo, internet es un canal maravilloso, pero solo eso: un canal; y los dispositivos electrónicos son soportes excelentes, pero solo soportes. A todo ello hay que dotarlo de contenido. Una cámara digital ofrece al fotógrafo unas posibilidades increíbles, pero no le enseña a tomar buenas fotografías. A menudo escucho, en el seno del discurso tristemente vacío de nuestros gobernantes, una idealización estúpida de las nuevas tecnologías, como si en sí mismas fueran una meta de perfección; y no tienen en cuenta que son solo un instrumento que hay que aprender a usar, como siempre se ha hecho.
En cuanto a la superinformación, creo que tiene un peligroso doble filo. Por un lado, la abundancia de información nos beneficia en la medida en que se publica mucho y eso nos da a todos más posibilidades. La cara negativa es que, precisamente, ese exceso de información lo oculta todo. Esa es la paradoja. Yo, que quizá en otras circunstancias no hubiera logrado ser poeta, accedo a la publicación, incluso en editoriales de prestigio; pero una vez publicados, los libros desaparecen inmediatamente engullidos en un magma de novedades efímeras, de manera que nuestros libros “son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”, sin distinción, ya que allí van “los ríos caudales y los chicos. Allegados, son iguales”. He aquí el poder igualatorio del exceso de información.

A.G.C. ¿Qué te parecen los escritores cazapremios. ¿Por qué ganan una y otra vez con obras que rara vez trascienden o aportan algo?
A.R.J. Los premios son necesarios para que esto merezca la pena. Por desgracia, si no fuera por los premios, no sé quién publicaría un libro de poesía. Son la manera de apoyar, desde las instituciones, y de mantener viva la poesía. Sin embargo, no todos los premios se gestionan con el cariño y con la dignidad que se merecen. Supongo que será una consecuencia del poco valor que se concede a la literatura. Parece que a muchos políticos solo les interesa fotografiarse con un premiado y cubrir el expediente, sin prestar atención al tipo de trabajo que se premia o los criterios del jurado. Por otro lado, tengo que decir que yo he conocido la versión contraria: pequeñas localidades donde han logrado instaurar premios con mucho entusiasmo y honestidad, y eso, a la larga, se traduce en calidad.

A.G.C. ¿Es posible “profesionalizarse” en el poema? ¿Qué responsabilidad tiene en ello un jurado que concede este tipo de premios?
A.R.J. Sí es posible profesionalizarse en el poema, y en ocasiones ocurre. Como ya he dicho, la responsabilidad es de los organizadores, que son quienes nombran a los jurados y quienes, en última instancia, deben decidir sobre qué orientación toman los certámenes.

A.G.C. Se editan libros hermosos. ¿Qué repercusión te parece que tienen? ¿Dónde están los críticos? ¿Hay críticos?
A.R.J. No tienen ninguna repercusión. Y no hablo de mis libros, sino de libros de poetas excelentes, publicados en editoriales importantes, y a los que nadie les ha prestado la menor atención. Creo que es causa de la sobreinformación de la que hablábamos antes.
Sobre los críticos se puede decir, en efecto, que han desaparecido. Esto puede deberse a una doble causa: por un lado, está el hecho de que los periódicos pertenezcan a grandes grupos de comunicación que incluyen también empresas editoriales, y que solo permiten que se hable bien de ciertas novedades aunque no tengan ningún interés. Conozco a algunos críticos independientes que han  decidido  abandonar un medio por esta razón. Pero también hay una causa sociológica, relacionada con la crisis del principio de autoridad. Nuestra sociedad suele confundir a veces la auctoritas con la tiranía, y es muy poco tolerante con la frustración y con la responsabilidad. Nadie soporta que le digan que lo que hace no está del todo bien, ya que enseguida es trasladado al plano personal y confundido con un fracaso vital. Por eso abominan de los críticos. Los escritores se cobijan en una interpretación sesgada de la libertad creadora y de la diversidad de gustos para defender cualquier cosa que hagan, sin posibilidad de objeción. Yo entiendo que eso es un error, porque el diálogo y el debate siempre son enriquecedores. Es cierto que el elogio anima a seguir, pero no menos cierto es que una llamada de atención sobre un defecto te ayuda mucho más a mejorar y a crecer. Pero parece que esto no interesa a nadie, y hay una especie de pacto tácito de “no agresión” que ha transformado la crítica en una mera reseña de conveniencia, en la que únicamente se habla de los libros de los amigos y siempre bien, por supuesto, ya que los piropos son de ida y vuelta.
En general, la actitud crítica cada vez es menos frecuente, así que no es de extrañar que en literatura tampoco se fomente demasiado.

A.G.C. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no llega la poesía más allá? ¿O sí llega?
A.R.J. Llega donde tiene que llegar. Tiempos peores ha habido y siempre ha salido a flote. La poesía es el género entre los géneros, necesaria como el agua e irrefrenable. No temamos por ella.

EL FULGOR DEL RELÁMPAGO

Al observar con calma las estrellas
-los misteriosos puntos en el cielo
del invierno difuso, de los claros
y diáfanos dominios del estío-,
dirías sin dudarlo que es eterna
la luz que marca el pulso de la noche.

Y sin embargo ha muerto:
llega el canto radiante de los cisnes
a posarse en el filo del asombro;
y aun esta finitud es aceptable
mientras dure el misterio y dure el fuego.

No escapan a la muerte las estrellas,
que apenas son distintas del relámpago:
prolongada la luz de las primeras,
pero majestuosa, intensa, súbita
la del látigo azul de las tormentas.

La belleza del mundo: nadie ose
negarla en el fulgor de los relámpagos;
medirla con el tiempo de una estrella.
                     
                                                     (El camino de vuelta)

A.G.C. ¿Por qué y para qué escribir?
A.R.J. Como decía Enrique Lihn, uno de mis poetas de cabecera, “porque escribí estoy vivo”. Creo que tenemos la obligación de mantener vivo el fuego. Otros lo encendieron antes con mucho esfuerzo y velaron por avivar sus llamas, y no debemos dejar que se apague. Escribir para dejar testimonio de una existencia. No huella, sino testimonio, palabra, voz. O, al menos, para llenar esta espera de no sabemos qué.

EL OTRO

Con la amenaza cierta de otro tiempo
peor, que hará pedazos
esta frágil quietud, esta apariencia
de paz, me entrego al día
y a su celebración,
agradeciéndolo.

Espero un viento que ha de tronchar ramas
y arrancarles las hojas para siempre.
Se llevará los restos de aquel otro,
de aquel hombre futuro,
no del que hoy es feliz y que se siente
el ser más poderoso de la Tierra.

(Los signos del derrumbe)


A.G.C. ¿Qué está pasando en Albacete con la poesía?
A.R.J. Albacete tiene poetas excelentes. Dado su tamaño, es increíble la calidad literaria que atesora. Pocas ciudades del mismo tamaño tendrán un número similar de buenos artistas. Otras ciudades lo hubieran explotado mucho más a estas alturas, y casos ha habido.
En el origen de todo ello creo que es justo situar a una serie de personas que han trabajado por la poesía a título personal, como Luis Morales y otros muchos profesores de instituto, o la labor pedagógica de los poetas del grupo La Confitería. Su esfuerzo sembró el amor por la poesía en muchos de nosotros, y es necesario decirlo.
Por el contrario, también es justo subrayar la indiferencia –cuando no el desprecio– que las instituciones locales han mostrado siempre por la poesía, un hecho que se ha acentuado en los últimos años. Nuestro gobierno regional acaba de publicar un programa de actividades para conmemorar el centenario de la segunda parte del Quijote –lo mismo que hizo con la primera el gobierno anterior– y me resulta muy triste comprobar cómo se vuelve a confundir la buena literatura –representada maravillosamente en la obra de Cervantes– con otros aspectos que no son más que estupideces. Es muy probable que nuestro consejero de Cultura, que es de Albacete, no conozca a ninguno de los poetas que has nombrado antes, y tampoco creo que le importe demasiado. Sin embargo, en cuanto algún deportista de la región consigue algún triunfo o hay algún festejo taurino en alguna parte, ahí está para salir en la foto. Esta situación es ilógica y solo puede darse en el seno de una sociedad anestesiada. Parece que los emprendedores o los cazadores son los únicos que  merecen la pena, o –cómo no– los futbolistas y los toreros. El mundo es un gran espectáculo.


Y así dejo a Antonio, con semblante horaciano bajo los tilos, hablando de esto y de aquello, y yo me voy calle abajo y él sigue dándole vueltas al asunto de los toreros y los políticos, visiblemente indignado. Y también –estoy seguro– escuchando ya el último poema que le ronda y que se atreve a caer en sus manos. Vivamente os aconsejo que busquéis sus libros y que os los llevéis a casa. Vais a encontrar en ellos verdad, belleza y, como quería José Martí, honra.




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