LA POESÍA EN ALBACETE
(I)
LOS SIGNOS DEL DERRUMBE.
CONVERSACIONES
CON ANTONIO RODRÍGUEZ
JIMÉNEZ
Andrés García Cerdán
1.
LA ONDA
EXPANSIVA
Una onda expansiva recorre la poesía de
Albacete. Han pasado muchas cosas estos últimos tiempos, y muy buenas. Entre
las más brillantes deflagraciones se encuentra la de Antonio Rodríguez Jiménez
(1978).
RESISTENCIA
Como el pez que
ha mordido ya el anzuelo
y no quiere
entregarse,
y colea con
fuerza y tira y nada
con más brío que
nunca
y sigue fuera
hasta quedar
inmóvil
bajo el cielo más
crudo;
así el poema
se resiste en la
página,
sube y baja en la
barra del procesador,
deshaciéndose,
haciéndose
de nuevo,
dilatando el
momento de ser tinta
quieta sobre el
papel, aprisionada
en el olvido de
las bibliotecas.
(Los
signos del derrumbe)
Muchos han mordido el anzuelo. La explosión
poética de la ciudad no es, en absoluto, uniforme. Y, sin embargo, da la
sensación de que hay elementos en común. Para empezar, se ha superado en gran
medida la asunción simplista de la poesía como experiencia sentimental y
confesional. Yendo más allá, el poema se convierte en inquisición metapoética
sobre el lenguaje, sus límites y sus vínculos con la filosofía. A esta poesía
del conocimiento se suma otra que hace de la lectura de la naturaleza su
asunto, enarbolando una mirada cercana al misticismo, contemplativa o
existencial. Una línea cercana se desborda hacia las formas y los contenidos de
una especie de clasicismo contemporáneo. Por último, el poema se convierte en
instrumento de análisis de la realidad, de forma indirecta casi siempre. “Lobos
frente a corderos” de Antonio es ejemplo de denuncia de la pasividad de las
masas y la codicia de los lobos.
LOBOS FRENTE A CORDEROS
A Javier Lorenzo Candel
No os extrañéis si oyerais el balido
de un cordero
atacado por los lobos,
pues estos
obedecen a un instinto
contra el que
nada pueden. Espantaos,
en cambio, si los
lobos
ya saciada su
hambre, asesinasen
solo por el
placer o la codicia.
Pero pensad, entonces, si el rebaño
disgregado no es cómplice
de esa crueldad,
del canto victorioso
de la sangre y
del miedo.
(Las hojas
imprevistas)
En cualquier caso, la poesía albaceteña del
momento cristaliza en un cuidado exquisito de las formas, en la densidad intelectual
de los textos, en el desvelo de inquietudes públicas o privadas y en una
inteligente selección del lenguaje. Como contrapartida, el poema es raramente
vanguardista, rara vez se deja llevar de más por lo irracional, rara vez hay
una denuncia social explícita, rara vez asistimos a la melodía transgresora y
urbana del pop. Se trata, más bien, de una depuración de las crispaciones, los
riesgos y las propuestas novedosas, ante las que se guarda reserva. Se asume un
discurso culto, formalista y cuidadoso, pero que no debe ser considerado conservador.
La inspiración desatada y la entrega visceral se someten a los dictados del
buen gusto, el pensamiento y la profundidad, sin que esto llegue a asfixiar el
poema. Al impulso se impone el orden. Ese es el punto de ebullición y de
equilibrio.
En Albacete está pasando algo. Los orígenes de
la explosión hay que buscarlos en décadas anteriores, en el trabajo de grupos
como La Confitería o Fractal, ante la presencia hierática pero abundante de la
revista Barcarola. No demasiado lejos está la antología de los poetas “confiteros”
editada por La Siesta del Lobo o aquella otra que bajo el nombre de Generación fanzine organizó Arturo
Tendero con las voces jóvenes de principios de siglo. Tampoco están lejos la
estela de El problema de Yorick de
Eloy M. Cebrián y Antonio García, ni El
brillo de los días de Juan Angel Fernández o las impresiones de La Pequeña Compañía
del Sur de Andrés Gómez Flores. Indudable es la importancia reciente del
Festival Fractal Poesía, en mis manos y en las de Lucía Plaza, Javier Temprado,
Matías M. Clemente y David Sarrión, y el
estímulo que han supuesto las dos antologías editadas desde el colectivo: El llano en llamas, de cuya coordinación
me ocupé, y Una generación de fuego,
organizada por Rubén Martín. Algo hay de aglutinación en su propuesta. También
los días poéticos de Indiano Café Literario y Viktor Gastro-Café. También La
Bicicleta bAzul de Anselmo Gómez. Eso, y mucho, mucho más –la dedicación
individual es decisiva en este caso–, ha ido dando sus frutos. Sin ir más
lejos, este año Antonio ha ganado el Premio Antonio Machado en Baeza y
Constantino Molina Monteagudo se ha hecho con el Adonáis con Las ramas del azar. No nos olvidamos de
los aldabonazos que en distintas puertas han ido dando Javier Lorenzo, Arturo
Tendero, Rubén Martín Díaz, Julián Cañizares, Ángel J. Aguilar, Mercedes Díaz
Villarías, León Molina, Luis Martínez Falero, Francisca Gata y tantos otros,
que han transformado con su excelencia el paisaje poético y literario de la
ciudad. Yo mismo he hecho algo de ruido.
2.
TRANQUILAMENTE
HABLANDO
Da gusto hablar con Antonio. La conversación
suele ser fluida, irónica, inteligente. Es dueño de un discurso con carácter.
Aunque lo conozco desde los tiempos de Isla
desnuda y Los deseos, allá por
los últimos 90, los últimos años nos han dado la oportunidad de hablar mucho y
de muchas cosas. Prefiero, entre todas, las conversaciones en el coche, de
vuelta a casa después del trabajo, casi siempre en torno a la poesía. El día en
que me dio mi ejemplar de Los signos del
derrumbe, me acordé de los magníficos Diálogos
de Borges y Sábato –salvadas sean las distancias–, recogidos por Orlando
Barone para Emecé, y supe que era una buena idea oír al poeta con tranquilidad
y atención. Por desgracia, en esta ciudad el papel del periodismo y del
periodismo cultural es insignificante y ridículo, si no claramente dañino y empobrecedor.
A lo largo de estos años lo he visto crecer, consolidar una voz poética definida, dejarse arrastrar
por la atracción fulgurante del poema y de las palabras. Desde luego, tiene
algo que decir sobre la literatura y sobre el mundo en que vivimos. Es el caso
de un poeta claramente poeta, pero capaz de interpretar la realidad social y
política con vehemencia y con sentido. No repite ideas consabidas ni frases
hechas: se las apropia para revertirlas y descifrar los hechos con lucidez.
Coincidimos, por ejemplo, en la importancia del arte, en la vacuidad del
discurso político, en la mentira y la tergiversación continua en que se han
convertido los mass media, en la
indigencia espiritual de estos tiempos, en los abusos del poder...
No es en vano, por tanto, que Antonio Rodríguez,
como testigo y actor de esta pequeña revolución poética, disponga ahora de un
espacio diáfano de expresión, que no se difumine su voz en la mediocridad
informativa, que se le oiga de una vez. A esa intención responde este largo
diálogo. Nos hemos visto en mi casa, en la suya, en la cafetería Mustang, en la
Librería Popular y en otros lugares. Nos hemos llamado y nos hemos escrito.
Sin ser un desconocido, Antonio llega a la
poesía española actual con una gran pujanza. Del valor de su poesía, que nace
sólida e intuitiva, crítica y elocuente en sus formas, dan cuenta sus libros y
los premios con que han sido reconocidos: El
camino de vuelta (Premio Arcipreste de Hita, Pretextos, 2012), Insomnio (Premio Fractal Poesía,
Fractal, 2013), Las hojas imprevistas
(Premio Antonio Gala, Ayto. de Alhaurín, 2013) y Los signos del derrumbe (Premio Antonio Machado en Baeza, Hiperión,
2014).
A.G.C. Antonio, irrumpes en la poesía como un
huracán y como un escritor hecho. ¿De dónde sales?
A.R.J. Soy
un poeta tardío en cuanto a la publicación, pero no respecto a la escritura.
Escribo desde la adolescencia, con mayor o menor regularidad. Estando aún en el
instituto, fundé la revista Isla desnuda
junto a Pedro J. Gascón, Miguel Úbeda y Alejandro Bleda. Desde entonces nunca
he dejado de leer, asistir y organizar recitales, cursos, etc. He tenido la
suerte de escuchar y conocer a algunos de los mejores poetas en las ciudades en
las que he vivido y nunca he perdido el contacto con la poesía. Lo que ocurre
es que hasta finales de 2011 no tomé la decisión de enfrentarme a reunir un
poemario. Recuperé algunos poemas que había publicado años atrás en revistas,
compuse otros nuevos y así surgió El
camino de vuelta, mi primer libro.
LÍMITES
Te preguntas
quién eres, por qué nace
de ti este
aliento que llamamos vida,
como lava que
fluye lentamente,
con fuerza
amortiguada, con un ritmo
acordado que
busca la tibieza.
Te sostiene el
impulso de la sangre,
una tupida red de
conexiones
imposibles, de
enlaces prodigiosos
capaces de crear
y urdir un sueño:
la débil ilusión
de la hermosura.
Y todo cabe aquí,
en la materia
tan frágil de la
carne, entre los límites
sedosos de este
cuerpo, piel que brilla
y se ilumina y
goza o sangra o sufre.
Cálida piel que
tiembla y se estremece
con la lengua del
frío, con la lenta
caricia de los
labios, quebrantada
por el dolor más
puro o por el fuego.
Piel desnuda,
tangible, presentida
bajo un lienzo de
mar, la piel radiante
donde
reconocernos, donde amarnos.
Es el mapa más
íntimo, la letra
única de tu
cuerpo, inalcanzable
para la nitidez
más depurada, la maraña
de códigos
binarios y de píxeles.
Para aprender
quién eres es preciso
recorrer tus
rincones, detenerse
en las formas
redondas de tu pecho,
en la curva
pequeña de la boca,
y respirar allí,
sentir la suave
punzada de los
dientes, la humedad
de los muslos, y
rendirse
a esta descarga
eléctrica, a este vértigo
que sentimos a
ciegas, que nos mueve
y que llamamos
vida.
(El camino de vuelta)
A.G.C. Testimonio, conocimiento, celebración,
lenguaje, verdad, inspiración, búsqueda: ¿qué es la poesía? En consecuencia,
¿qué es un poeta hoy y para qué vale?
A.R.J. Tiene
un poco de todo lo que mencionas. Me atrae la poesía como testimonio y también
como celebración. Además, creo en un tipo de literatura que indague, que
plantee preguntas y que dialogue con la tradición y con el pensamiento. La
poesía no aporta respuestas, ya que para eso está la filosofía y –en otro orden,
que no me interesa– la religión. La poesía no puede ser mero testimonio, pero
sí debe dejar constancia del tiempo en el que vive; no puede ser ciencia, pero
sí acompañar al conocimiento lanzando o replanteando interrogantes; y tampoco
puede ser solo experiencia vital, aunque debe saber hacerse eco de ella para
tender a la universalidad.
A.G.C. En tu poesía se advierte con claridad la
asimilación fluida de la tradición clásica y también de la poesía
contemporánea. ¿En quién has bebido? ¿Qué has aprendido de los otros? ¿Qué
aportas al lenguaje de la poesía actual?
A.R.J. El
escritor se forja leyendo. En este sentido, me gusta retomar la antigua
metáfora de la abeja libadora que popularizaron los primeros humanistas. Es
difícil decir qué autor o qué tendencia me ha influido más. He intentado leer
todo lo que he podido, y me resulta difícil discriminar. Puedo decir que admiro
la capacidad de Góngora y de Rubén Darío para crear belleza mediante la
palabra; la capacidad comunicadora de Antonio Machado y de Enrique Lihn; la
profundidad de Valente y Juan Ramón Jiménez; la gracia poética y el lirismo de
Cernuda y Eloy Sánchez Rosillo; la clarividencia de Borges y de Juan Antonio
González Iglesias…
A.G.C. ¿Cómo escribes un poema? ¿Cómo surge? ¿De
dónde procede? ¿Adónde va?
A.R.J. La
poesía tiene la ventaja de que puedes pensar en ella constantemente, tengas o
no un soporte de escritura cerca. En mi caso, primero surge una idea, a
continuación un primer boceto de estructura y por último intento plasmarla en
verso. Este último proceso suele ser el más largo y requiere varias horas de
trabajo hasta lograr un resultado final que me convenza.
LA PUREZA
Una vez viste a
un niño atropellado
junto a un animal
muerto, en plena calle.
Lo que no
recogían los informes
era el terror del
niño al ver al perro
lanzarse de sus
brazos
hacia el cruce.
Lo que no se dijo,
seguramente, fue
el impulso
de correr hacia
él, como si fuera
el acto
culminante de su vida,
el peligro
absoluto, la amenaza
a todo su
universo. No se dijo
nada de aquel
cariño improvisado
entre seres
pequeños. Nadie supo
la dimensión
exacta del amor verdadero
entre los
indefensos. La pureza
escoge los
caminos más humildes y nada
sabe de este
dolor, ni de nosotros.
(Las hojas imprevistas)
A.G.C. Ernesto Sábato distinguía bien entre los
escritores de oficio y los inspirados. ¿Artesano o iluminado?
A.R.J. Más
bien artesano. No creo demasiado en la iluminación porque soy materialista.
Entiendo que la iluminación tiene sentido en un contexto platónico, en la
creencia de que el poeta puede entrar en una especie de trance en el que la
divinidad lo arrebate. Góngora la recreó muy bien en su Fábula de Polifemo y Galatea, cuando comienza diciendo: “Estas que
me dictó rimas sonoras,/ culta sí, aunque bucólica, Talía”. En el fondo, la inspiración no es más que un
estado de ánimo. Aunque es evidente que existen personas con mayores dotes que
otras, pienso que la creatividad se puede ejercitar. La actividad intelectual y
la vida misma incentivan la mente del poeta y le ofrecen la materia prima;
luego es el momento de trabajar con esos materiales y darles forma mediante una
técnica aprendida.
A.G.C. De Baudelaire parte una doble línea, que
conduce a Rimbaud y los irracionalismos y a Mallarmé y la inquisición
metapoética. El poema parece, por lo tanto, arrebato o construcción. ¿Hacia
dónde van tus poemas: hacia la vida o hacia el lenguaje? ¿Por qué?
A.R.J. Hacia
la vida. Por lo que he dicho antes, creo que la vida aporta la materia prima de
la poesía. La vida es lo que todos los hombres compartimos, en distintos
espacios y tiempos.
A.G.C. Se observa en tus libros, desde El camino de
vuelta a Insomnio, Las hojas imprevistas y Los signos del derrumbe, una lenta
pero clara transformación, quizá hacia un poema más incisivo en sus cuestionamientos
sociales y morales, aún con un selecto uso del lenguaje y con un deje elegíaco.
¿Por qué?
A.R.J. Quizá
por el momento en que vivimos. A principios de los años 30, muchos autores de
la Generación del 27 o coetáneos, que habían estado trabajando con la premisa
orteguiana de “el arte por el arte”, sintieron la necesidad de “rehumanizar” su
poesía y volver a temas mucho más vitales. Creo que lo que estamos viviendo en
estos últimos años ha influido en mi evolución, ya que es inevitable advertir la
necesidad de una regeneración moral de la sociedad para intentar salvar
aquellos aspectos positivos de la modernidad: la creencia en valores colectivos
como la igualdad, la libertad, la educación…
RUINAS
Rostros inexpresivos en la puerta
del comedor.
Negocios clausurados
y una tristeza
extraña en los colegios.
En los parques del miedo
crece la planta
de la indiferencia
y la resignación.
¿Qué te seduce
de este descenso
al centro de las ruinas?
Alguien está limpiando los despojos
de la fiesta
anterior, un agua turbia
se precipita por
el sumidero
con lo que nunca
fue,
la espuma de los
mitos.
Y de nuevo la
calma,
una aparente paz
tras la derrota.
Mira cómo se
extiende:
Es el silencio
azul de la pobreza.
(Los signos del derrumbe)
A.G.C. ¿Por qué los títulos de tus libros? ¿Cuáles
son Las hojas imprevistas? ¿Cuáles Los signos del derrumbe?
A.R.J. Las hojas imprevistas es una cita de
Jorge Riechmann, del libro El común de
los mortales. Más o menos, viene a subrayar la necesidad de que se
levantase un viento que extendiese por todo el mundo “las hojas imprevistas” de
la sabiduría. Me pareció muy bonito y me lo apropié para el libro. Los signos del derrumbe hace referencia
a los indicios que amenazan el sueño de la Modernidad: el individualismo, la
codicia, la ausencia de un comportamiento ético y el adanismo cultural.
A.G.C. ¿Qué opinión te merecen los poetas de esta
generación? ¿Qué hay de nuevo? ¿Hay cambios en los rumbos del poema del siglo
XXI?
A.R.J. Hay
muchos poetas. Tantos, que es imposible conocer ni a una pequeña parte de
ellos. En cuanto a la novedad, creo que es un concepto que hay que usar con
mucho cuidado. Como dice Lipovetsky, vivimos bajo el “imperio de lo efímero”,
somos esclavos de la moda y de una obsesión enfermiza por la celeridad y por lo
“nuevo”. La industria editorial, como otras industrias, ha abusado de esto por
intereses económicos. Sin embargo, visto con calma, no es más que un disparate.
Por supuesto, no se debe ser involucionista y cerrarse a nuevas tendencias;
pero la evolución, a pesar de los deslumbrantes progresos de la técnica, tiene
su ritmo, y no podemos pretender asistir a tres o cuatro cambios de era a lo
largo de una sola vida. A veces tengo la sensación de que un poeta, para ser
interesante hoy día, debe intentar cambiar el rumbo de la poesía occidental en
cada libro que escriba, y eso es imposible. Pienso que hay que escribir
intentando aportar algo a los demás, con honestidad, pero con conciencia de
nuestras limitaciones y de las limitaciones de la propia vida. Los constructores
de los templos góticos asumían que quizá nunca vieran su obra terminada, pero
no por ello rebajaban sus aspiraciones y abordaban un proyecto menor, de peor
factura, que pudieran terminar en dos o tres años. Eso es lo que debemos
agradecerles. A veces no es necesario forzar un cambio de rumbo; este vendrá,
lo queramos o no, con nosotros o con otros.
A.G.C. ¿Qué te parecen las vacas sagradas del
“oficio”? ¿Qué queda de un magisterio que parece impuesto desde los medios de
comunicación y el amiguismo?
A.R.J. Es
inevitable. En el mundo hay unos pocos que tienen casi todo el capital, y no
quieren ceder ni un ápice. Saben que para tener tanto deben ser muy pocos.
Igual pasa en la literatura. Quien haya conseguido instalarse en la cúspide
sabe que no hay espacio para muchos más, y consciente o inconscientemente
guarda su sitio para que no lo ocupen otros. Es ley de vida. A las editoriales
también les conviene que haya unos pocos nombres que nunca dejen de ser la
marca de calidad para el público, aunque esto no sea del todo cierto o,
simplemente, haya otros muchos con igual o mayor valía. Todos saben que en la
diversidad está su fin y se protegen para que no se abran las puertas, se
tengan o no aprecio.
DE LA MERA EXISTENCIA
Tras la violencia
de la cacería,
se reagrupa en un
claro la manada.
Ya viene el aire
limpio del olor del peligro
y amamantan las
madres a sus crías.
Pacen
tranquilamente los adultos y nadie
podría imaginar
que hace muy poco
eran solo pavor,
galope ciego.
Atrás quedó la sangre de los miembros
menos
afortunados, naturaleza muerta
alimentando el
ciclo de la vida.
No hay espacio en
la paz de los rumiantes
para albergar
tristeza
ni para la
memoria.
Esto es su
tiempo: instantes sucesivos
de placidez y
alarma. Es el decurso
de seres sin relato,
de la mera
existencia.
(Los signos del derrumbe)
A.G.C. ¿Funcionan los planes institucionales,
académicos y oficiales en la divulgación de la poesía?
A.R.J. No
tengo noticia de ninguno. El verdadero aprendizaje debe hacerse de forma
individual, por uno mismo. Las campañas publicitarias o los planes
institucionales pueden hacer que la gente fume menos, pero no crear verdaderos
lectores de poesía. Mientras estemos dominados por la cultura del espectáculo, cualquier
plan estará destinado al fracaso; la masa seguirá tendiendo hacia el
esparcimiento zafio y vacío, que es el que alimenta la cadena consumista. Aun
así, seguirá habiendo muchos poetas porque la poesía es consustancial a la
condición humana, y quienes se empeñan en buscarla acaban encontrándola.
A.G.C. ¿Crees que hay una poesía oculta en las
calles, al margen de los cauces oficiales?
A.R.J. Supongo
que siempre la ha habido. Es un tópico elucubrar con esa historia de la
literatura compuesta por las obras ocultas, las que nunca salieron del cajón,
unas veces con justicia y otras quizá sin ella. Actualmente, conozco muchos
libros buenos que permanecen en el disco duro de un ordenador, y realmente
merecen la pena. Es una lástima. Sin embargo, se publican muchos libros cuyo
interés real es bastante dudoso.
A.G.C. ¿Qué pasa con la poesía que aspiraba a ser
“palabra de la tribu”?
A.R.J. Hoy
en día la tribu no podría tener un solo discurso, “una sola palabra”. Son
tiempos de exceso de oferta y de diversificación de las propuestas artísticas.
A.G.C. ¿Cuál es el estado de salud del poema en la era
de la Superinformación y la Tecnología?
A.R.J. La
tecnología ha ayudado mucho y lo seguirá haciendo. Ha revolucionado la
distribución y la difusión, y yo espero que eso contribuya a aumentar el gusto
por la poesía. Además, las redes sociales favorecen la comunicación y las
relaciones entre poetas de todo el mundo, y eso es muy positivo. Con todo,
internet es un canal maravilloso, pero solo eso: un canal; y los dispositivos
electrónicos son soportes excelentes, pero solo soportes. A todo ello hay que
dotarlo de contenido. Una cámara digital ofrece al fotógrafo unas posibilidades
increíbles, pero no le enseña a tomar buenas fotografías. A menudo escucho, en
el seno del discurso tristemente vacío de nuestros gobernantes, una
idealización estúpida de las nuevas tecnologías, como si en sí mismas fueran
una meta de perfección; y no tienen en cuenta que son solo un instrumento que
hay que aprender a usar, como siempre se ha hecho.
En
cuanto a la superinformación, creo que tiene un peligroso doble filo. Por un
lado, la abundancia de información nos beneficia en la medida en que se publica
mucho y eso nos da a todos más posibilidades. La cara negativa es que,
precisamente, ese exceso de información lo oculta todo. Esa es la paradoja. Yo,
que quizá en otras circunstancias no hubiera logrado ser poeta, accedo a la
publicación, incluso en editoriales de prestigio; pero una vez publicados, los
libros desaparecen inmediatamente engullidos en un magma de novedades efímeras,
de manera que nuestros libros “son los ríos que van a dar en la mar, que es el
morir”, sin distinción, ya que allí van “los ríos caudales y los chicos.
Allegados, son iguales”. He aquí el poder igualatorio del exceso de
información.
A.G.C. ¿Qué te parecen los escritores cazapremios.
¿Por qué ganan una y otra vez con obras que rara vez trascienden o aportan algo?
A.R.J. Los
premios son necesarios para que esto merezca la pena. Por desgracia, si no
fuera por los premios, no sé quién publicaría un libro de poesía. Son la manera
de apoyar, desde las instituciones, y de mantener viva la poesía. Sin embargo,
no todos los premios se gestionan con el cariño y con la dignidad que se
merecen. Supongo que será una consecuencia del poco valor que se concede a la
literatura. Parece que a muchos políticos solo les interesa fotografiarse con
un premiado y cubrir el expediente, sin prestar atención al tipo de trabajo que
se premia o los criterios del jurado. Por otro lado, tengo que decir que yo he
conocido la versión contraria: pequeñas localidades donde han logrado instaurar
premios con mucho entusiasmo y honestidad, y eso, a la larga, se traduce en
calidad.
A.G.C. ¿Es posible “profesionalizarse” en el poema?
¿Qué responsabilidad tiene en ello un jurado que concede este tipo de premios?
A.R.J. Sí
es posible profesionalizarse en el poema, y en ocasiones ocurre. Como ya he
dicho, la responsabilidad es de los organizadores, que son quienes nombran a
los jurados y quienes, en última instancia, deben decidir sobre qué orientación
toman los certámenes.
A.G.C. Se editan libros hermosos. ¿Qué repercusión
te parece que tienen? ¿Dónde están los críticos? ¿Hay críticos?
A.R.J. No
tienen ninguna repercusión. Y no hablo de mis libros, sino de libros de poetas
excelentes, publicados en editoriales importantes, y a los que nadie les ha
prestado la menor atención. Creo que es causa de la sobreinformación de la que
hablábamos antes.
Sobre
los críticos se puede decir, en efecto, que han desaparecido. Esto puede
deberse a una doble causa: por un lado, está el hecho de que los periódicos
pertenezcan a grandes grupos de comunicación que incluyen también empresas
editoriales, y que solo permiten que se hable bien de ciertas novedades aunque
no tengan ningún interés. Conozco a algunos críticos independientes que
han decidido abandonar un medio por esta razón. Pero
también hay una causa sociológica, relacionada con la crisis del principio de
autoridad. Nuestra sociedad suele confundir a veces la auctoritas con la tiranía, y es muy poco tolerante con la
frustración y con la responsabilidad. Nadie soporta que le digan que lo que
hace no está del todo bien, ya que enseguida es trasladado al plano personal y
confundido con un fracaso vital. Por eso abominan de los críticos. Los
escritores se cobijan en una interpretación sesgada de la libertad creadora y
de la diversidad de gustos para defender cualquier cosa que hagan, sin
posibilidad de objeción. Yo entiendo que eso es un error, porque el diálogo y
el debate siempre son enriquecedores. Es cierto que el elogio anima a seguir,
pero no menos cierto es que una llamada de atención sobre un defecto te ayuda
mucho más a mejorar y a crecer. Pero parece que esto no interesa a nadie, y hay
una especie de pacto tácito de “no agresión” que ha transformado la crítica en
una mera reseña de conveniencia, en la que únicamente se habla de los libros de
los amigos y siempre bien, por supuesto, ya que los piropos son de ida y
vuelta.
En
general, la actitud crítica cada vez es menos frecuente, así que no es de
extrañar que en literatura tampoco se fomente demasiado.
A.G.C. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no llega la
poesía más allá? ¿O sí llega?
A.R.J. Llega
donde tiene que llegar. Tiempos peores ha habido y siempre ha salido a flote.
La poesía es el género entre los géneros, necesaria como el agua e
irrefrenable. No temamos por ella.
EL FULGOR DEL
RELÁMPAGO
Al observar con
calma las estrellas
-los misteriosos
puntos en el cielo
del invierno
difuso, de los claros
y diáfanos
dominios del estío-,
dirías sin
dudarlo que es eterna
la luz que marca
el pulso de la noche.
Y sin embargo ha
muerto:
llega el canto
radiante de los cisnes
a posarse en el
filo del asombro;
y aun esta
finitud es aceptable
mientras dure el
misterio y dure el fuego.
No escapan a la
muerte las estrellas,
que apenas son
distintas del relámpago:
prolongada la luz
de las primeras,
pero majestuosa,
intensa, súbita
la del látigo
azul de las tormentas.
La belleza del
mundo: nadie ose
negarla en el
fulgor de los relámpagos;
medirla con el
tiempo de una estrella.
(El camino de vuelta)
A.G.C. ¿Por qué y para qué escribir?
A.R.J. Como
decía Enrique Lihn, uno de mis poetas de cabecera, “porque escribí estoy vivo”.
Creo que tenemos la obligación de mantener vivo el fuego. Otros lo encendieron
antes con mucho esfuerzo y velaron por avivar sus llamas, y no debemos dejar
que se apague. Escribir para dejar testimonio de una existencia. No huella,
sino testimonio, palabra, voz. O, al menos, para llenar esta espera de no
sabemos qué.
EL OTRO
Con la amenaza cierta
de otro tiempo
peor, que hará
pedazos
esta frágil
quietud, esta apariencia
de paz, me
entrego al día
y a su
celebración,
agradeciéndolo.
Espero un viento
que ha de tronchar ramas
y arrancarles las
hojas para siempre.
Se llevará los
restos de aquel otro,
de aquel hombre
futuro,
no del que hoy es
feliz y que se siente
el ser más
poderoso de la Tierra.
(Los signos del derrumbe)
A.G.C. ¿Qué está pasando en Albacete con la poesía?
A.R.J. Albacete
tiene poetas excelentes. Dado su tamaño, es increíble la calidad literaria que
atesora. Pocas ciudades del mismo tamaño tendrán un número similar de buenos
artistas. Otras ciudades lo hubieran explotado mucho más a estas alturas, y
casos ha habido.
En el
origen de todo ello creo que es justo situar a una serie de personas que han
trabajado por la poesía a título personal, como Luis Morales y otros muchos
profesores de instituto, o la labor pedagógica de los poetas del grupo La
Confitería. Su esfuerzo sembró el amor por la poesía en muchos de nosotros, y
es necesario decirlo.
Por el
contrario, también es justo subrayar la indiferencia –cuando no el desprecio–
que las instituciones locales han mostrado siempre por la poesía, un hecho que
se ha acentuado en los últimos años. Nuestro gobierno regional acaba de publicar
un programa de actividades para conmemorar el centenario de la segunda parte del
Quijote –lo mismo que hizo con la
primera el gobierno anterior– y me resulta muy triste comprobar cómo se vuelve
a confundir la buena literatura –representada maravillosamente en la obra de
Cervantes– con otros aspectos que no son más que estupideces. Es muy probable
que nuestro consejero de Cultura, que es de Albacete, no conozca a ninguno de
los poetas que has nombrado antes, y tampoco creo que le importe demasiado. Sin
embargo, en cuanto algún deportista de la región consigue algún triunfo o hay
algún festejo taurino en alguna parte, ahí está para salir en la foto. Esta
situación es ilógica y solo puede darse en el seno de una sociedad anestesiada.
Parece que los emprendedores o los cazadores son los únicos que merecen la pena, o –cómo no– los futbolistas
y los toreros. El mundo es un gran espectáculo.
Y así
dejo a Antonio, con semblante horaciano bajo los tilos, hablando de esto y de
aquello, y yo me voy calle abajo y él sigue dándole vueltas al asunto de los
toreros y los políticos, visiblemente indignado. Y también –estoy seguro– escuchando
ya el último poema que le ronda y que se atreve a caer en sus manos. Vivamente
os aconsejo que busquéis sus libros y que os los llevéis a casa. Vais a
encontrar en ellos verdad, belleza y, como quería José Martí, honra.