DELIRIO BAR
Para Manolín.
Qué es el centro, se preguntó sin decir nada, en un silencio que daba miedo irreal, que fulgía con el horror de la muerte no solicitada, del desencuentro del óvalo hermético. Echado en la cama, Rober no se respondió. La lluvia deshilachada hurgando la perfección del cristal y el horizonte amarillo de la sed, en contraste brutal, respondieron por él. Se sumió en la almohada y empezó a contar: uno, tres, diecisiete, doscientos elevado al cubo, tú. Los ojos cerrados y las manos dejadas sobre el costado, las costillas apenas cubiertas por la sábana blanca y allá, en las antípodas, sus pies y sus uñas pintadas de bronce. El cuerpo largo y su centro inalcanzable, inasido, inviolado, intacto. Debajo de la sábana, como naufragado en un océano de podredumbre, cierto como un tiburón blanco, entre nubes de madrugada blanca podrida, el cuerpo del poeta era el poeta mismo, introvertido en campos de algodón, a solas con el alba. A solas más allá de sí mismo. A solas con su cabeza y sus costillas y sus uñas de bronce. La luz más apagada que nunca. La luz inexistida.
A la mañana las rosas, organizadas, en formación de cristal y diamante, fueron poniendo las cosas en su sitio y un ejército de rayos asistió al nacimiento perpetuo de la ola de vida. Hubo una campana que tañó. Hubo los ojos, las paredes inmaculadas del día sin puertas, la desconocida nube que regresa a su desconocimiento, el canto de un gorrión. Dios no madrugó este día, se estuvo desflorando el asfalto de su espanto un instante más de lo conocido. Tampoco el héroe creyó que su heroísmo tuviese que alzar una verdad o una virtud por encima de toda verdad o toda virtud. Abrió su puerta sin candado el filósofo y se entregó a su física, a su placer indómito, a su página web. Todos los labradores araron, crearon el surco infinito. Todos los borges corrigieron, releyeron a Azorín y después quedaron ciegos, en la penumbra de los nombres, las cosas, las semánticas. Todos. Bajo las columnas del templo, asistidos por el poder del buey y la alondra, la levedad se volatilizó en levedades y los amigos respondieron al círculo. Desde el principio fue el aire. Los enemigos respondieron al cuadrado herido, a su sangre justa. No había centro, no había centro, no había centro. Sólo herida.
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