I
Elogio de los lunáticos. Nadie que haya habitado en Protágoras y en Novalis te dirá que a las montañas hay que subir.
II
No tengo miedo a nada. Este pudor en el que canto es el pudor del mago. He visto un ciervo pendiente abajo y era una legua de miel. He visto una abeja, sobrevolando mi casa, y eras tú, que acababas de pintar la habitación y que sólo querías ir a París.
III
Noviembre es el mes de las bicicletas. Ella era otra, era de otro tiempo. Le leía cartas que me había escrito, representaba con ella las jugadas de ajedrez de los cuentos de Borges. A aquella muchacha de entonces la encontré a mitad de un párrafo, en una novela de Cortázar. A través de su piel leía las cartas. Me escribía desnuda, desde la montaña, en el Tirol de los sueños austríacos. Cçomo no quererla como a un milagro. Viajé en tranvías y en subterráneos que transcurrían por su cuerpo como un agua desatada. La estuve buscando por debajo de unas costillas de titanio. Le hice el amor con la arrogancia de un pez que respira fuera del agua. Un pez que recita a Virgilio en danés. Era una joya. Era la serpiente más divertida del mundo de las hadas. Era el ángel de la mañana. Como una bestia de pelo largo y ojos de pordiosero, la miraba mientras traducía a Poe. La seguí por los ríos. Le comí la boca en la puerta del ambigú del Teatro Romea, en la Murcia de la inmensidad. La seguí por las plazas más amplias del universo, por las palmeras más altas, por los mapas. La seguí como sigue el jabalí la luna. Los jabalíes aman la luna como sólo los jabalíes la aman. Instinto, iniciático, revolución, tierra.
mardi 17 novembre 2009
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