NEURÓNIKA

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¿Cómo escapar de la corriente continua de los Pixies? Los Pixies son crueles y elegantes. Emiliante dice que eso es puro pop con daño y Remo asiente.

mercredi 25 février 2015

Constantino Molina Monteagudo, portador del fuego, premio Adonáis de Poesía 2014



Constantino Molina Monteagudo, portador del fuego.
Premio Adonáis de Poesía 2014

Andrés García Cerdán



Recuerdo a un muchacho avispado, de unos trece o catorce años, sentado al lado de la ventana, en una de esas aulas de la Universidad Laboral de Albacete que dan a los pinos, los plátanos, los olivos y los jardines. Ahí está, medio muerto de frío, mirando los árboles, persiguiendo a las ardillas, quedándose un pedazo del cielo azul. Yo les hablaba de Nirvana y de Garcilaso de la Vega, de Pearl Jam y de Homero o los aburría con la interminable perorata de sintagmas y acentos mal puestos. Aunque Constantino era de una discreción y de una timidez casi ejemplares, ya por entonces sobresalía entre los demás: llevaba el fuego dentro. Atendía en clase con un entusiasmo reservado, como quien intenta contener una emoción incontrolable, como quien protege de la oxidación su pequeño tesoro de palabras. Después ha venido ese largo camino silencioso de la creación, de la entrega a las palabras y a los libros. Rara avis, fue haciendo de su don poético su pan de cada día, ejemplarmente, con una decisión inquebrantable. Como Antonio Rodríguez, ha madurado con esmero su pasión por la poesía, la ha ido decantando con pulcritud, obedeciendo únicamente al impulso de la belleza, la sensibilidad y el pensamiento. Ha leído mucho, mucho ha escrito, mucho ha inquirido en la esencia de las cosas hasta forjar la mirada viva que nos restituye a la naturaleza y a la esencia de las cosas. Ese oficio solitario, esa devoción lo han convertido en el gran poeta que hoy nos deslumbra recogiendo con Las ramas del azar el Premio Adonáis de Poesía, el premio entre los premios, el que lleva inscrita en su aureola los nombres de José Hierro, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, José Angel Valente,  Antonio Colinas o, entre los nuestros, Rubén Martín Díaz.
El camino se ha ido jalonando de espacios de silencio y de pequeños éxitos. Se hizo con el Jóvenes Artistas de Castilla La Mancha, ganó el Jóvenes Creadores de Albacete, participó como miembro de pleno derecho en las distintas ediciones de Fractal Poesía (incluso recitó sus poemas en Fuenteálamo),cerró la antología El llano en llamas, apareció en la selección de jóvenes talentos Tenían veinte años y estaban locos, coordinada por Luna Miguel, fue finalista del Loewe, del Alegría, del mismo Adonáis… Con poemas de trabajos anteriores como “Voluntad de la luz” y “Están ustedes algo equivocados respecto a los poetas”, Un canto que no gira, el que iba a ser su primer libro, por fin, se preparaba en Madrid. En fin, todo apuntaba a que teníamos ante nosotros a uno de los timoneles de la Poesía del Siglo XXI. Aquí está. Su poesía ha bebido de muchas fuentes, pero es original, auténtica, sensitiva, libre, profunda. Tiene la personalidad del que mira con los ojos limpios a la naturaleza, del que otorga un idéntico valor trascendente a las pequeñas y a las grandes cosas. Es un poeta de nuestra tierra y de la tierra, capaz de entusiasmarse con el vuelo de un lúgano y de preguntarse por la vida íntima de la piedra más sencilla, de entregarse a una escultura de Bernini y de desacralizar los reinos ampulosos del estro poético. “Siempre la claridad viene del cielo:/ es un don”, decía Claudio Rodríguez. ¿Dónde la ebriedad? Constantino Molina Monteagudo lo sabe muy bien. Disfrutemos de su estancia entre nosotros, aprendamos con él a mirar la realidad con la inteligencia y el amor que se merece. Enhorabuena.

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